| Por Gustavo Calle
Más allá de si son seis, siete o diez los asesinados por la corrupción del Estado en formato derrumbe de construcción de un antro esclavizador que recrea la doble moral del poder denominado Centro Cultural (en este caso, politiqueramente Estado por partida doble: el local y el provincial), la ruindad se impone ante todo. Sin enfatizar ni en los muertos ni en las causas que todo el arco politiquero (al menos todo el que se presenta a un acto electoral sosteniendo el orden establecido -incluida la izquierda electoralera-) posee como corresponsabilidad. En este caso, el derrumbe de la losa del centro cultural construyéndose en Santa Teresita, que dejó obreros fallecidos, viene a quitarle el velo a la desidia, la hipocresía y la insensibilidad a este estado de cosas que es la realidad dominada y establecida escalafonariamente y, con apesadumbramiento, aceptada como un hecho natural.
Lo primero que hay que citar es que la obra de este monumento al sostén de este modo de producción salvaje que nos aculturiza es sostenida económicamente por el gobierno bonaerense de María Eugenia Vidal (macrista) y por la gestión costera de Juan Pablo De Jesús (kirchnerista). Por supuesto, avalando la tercerización mercantil de empresas desconocidas para el hombre común, pero que no es difícil presuponer que forman parte del poder económico ligado a ambas superestructuras burocráticas y sometedoras. Es decir, entonces, ninguno de estos sectores puede ni debe desentenderse de lo ocurrido, que los tiene como victimarios y responsables. Por supuesto, con el aval garantizador de los demás sectores politiqueros –hasta el de la izquierda minúscula, como quedó expresado- que contienen y amparan esta farsa, que más que vida es existencia.
Inmediatamente conocida la noticia de la tragedia (terminología que corola el hecho, pero que tiene como génesis, nuevamente, a la palabra y el concepto de “atentado criminal perpetrado por el terrorismo de Estado”), los mercaderes de la desdicha sustentable –Marcos García, Germán Jardón, Evangelina Cordone, cotoquistas macristas en estado de putrefacción sin remedio- reaparecieron en escena para desentenderse de sus responsabilidades (además, los tres son concejales) y utilizar la situación como mero acto proselitista. Ellos siempre en campaña, no abandonan tal condición ni siquiera por respeto a las familias de sus también asesinados.
La corrupción mata. Y de qué manera. En la forma de un abanico interminable que apuesta a su metamorfosis permanente para que nada cambie ni nadie se atreva a hacerlo. La corrupción mata hambreando, desocupando, olvidando, saqueando, con sus exactores y sus policías; corrupción homicida que posee gerencia en despachos de gobierno, en casas de quienes esperan ser gobierno, en comisiones legislativas, en locales partidarios, en escaños de cámaras alta y baja, en discursos de pacotilla, en sindicatos entregadores y en explotaciones variadas, desde lo económico hasta lo cultural. Última palabra, ésta, que debe ser, inexorablemente, el campo de batalla donde debemos librar combate a la decadencia histórica propuesta por los “soldados democráticos” de siempre y todavía.
La complicidad de los medios de comunicación
Otra arista insalvable en estas ocasiones de extrema complejidad social y humana es el rol que cumplen los bastardos medios de comunicación, al servicio de uno u otro sector opresor. Lo dijo un soberbio maravilloso intelectual como el estadounidense Noam Chomsky: “Los mensaje emitidos por los medios de comunicación convencionales son más peligrosos que la bomba atómica, porque asesinan cerebros”. Y para que estos medios tengan mensajes direccionados que compartir, siempre primero es porque existe un mensajero que les ordena hacerlo. Y ellos, subordinados, cumplen a rajatabla con obediencia debida y facturada. Vileza y tergiversación de la comunicación en su amorfa condición de “masiva” (antónimo de “popular”, aunque no lo parezca), en pos de recrear y contribuir al sostén y la continuidad de la lógica del sistema. Y por supuesto, apelando a otro embuste asacado de sus pobres encéfalos raquíticos: orientar a eso que llaman “opinión pública”. Ente abstracto e inventado, que no es otra cosa que destinar y direccionar el mensaje a los hombres sin opinión propia. A esos hombres (mujeres y varones) que sólo se limitan sin traspasar la fronteras de la conciencia a introyectar, repetir y condenar toda otra opción que no provenga de ese útero malformado que es el poder y sus brazos armados. Opresores oprimidos, al decir del pedagogo brasileño Paulo Freire; los piel negra y máscara blanca, según el martiniqués Frantz Fanon, o los acongojados con la congoja inyectada, como sentenció el controvertido pensador español Miguel de Unamuno. Es decir, aquellos que ni siquiera intentan despojarse de la estupidez general en beneficio mínimo, aunque más no fuese, de pelearle a su estupidez particular. Vamos, felices seres que permanecen como zombies instalados en lo nefando y la estulticia, sin el más nimio resquemor o recelo.
Así como ayer nomás se estableció cual normativa natural que el accidente de trenes en la estación porteña de Once había sido producto de un hecho fortuito y no de una negligencia, en el más bondadoso de los casos, por parte del poder; al igual que lo acontecido en el boliche Cromañón (incluso, condenando impune y descaradamente a los músicos de Callejeros como causantes del asesinato a mansalva), el derrumbe de este antro cultural que abona a la perdición de nuestros más caros sentimientos de rebeldía se lo pretende hacer ver como un simple siniestro que está enmarcado dentro de las posibilidades de riesgo de un trabajo. Una naturalización perversa y ruin de un atentado a la vida que llaman “accidente casual”, pero que dejó muertos. Y muertos de los nuestros. Obreros, laburantes, despojados, desheredados, desatendidos. Esos que como expresa el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “valen menos que las balas que los matan”. O los techos en construcción que los matan. Que es como decir, la corrupción que los asesina. Y en este rango, están todos los sectores de poderío político económico incluidos. Simplemente, porque se empecinan en sostener este orden de cosas que los privilegia, que los coloca en la cúspide de preeminencia. Y en esta estratagema hay carroñeros que reditúan con la muerte y el dolor (no olvidar asqueantes nombres que comandan esta estrategia, como los de Marcos García, Germán Jardón y Evangelina Cordone), para llevar votos a sus urnas cagándose hasta en la memoria y en sus propias irresponsabilidades.
Leí y releí tu comentario. Qué pasaría si después de las pericias se llega a la conclusión de que hubo un error de cálculo de parte de los arquitectos? Porque todavía no conocemos la causa del derrumbe.
Y no olvides que la tragedia de once ya tuvo su juicio, donde hubo muchos funcionarios procesados, incluso secretarios de estado.
Tal vez dentro de un tiempo sepamos lo que ocurrió en el centro cultural. Ojalá así sea.
Coincido plenamente con vos que la actitud de Marcos Garcia es deplorable. No le importan los muertos, le interesa llevar agua para su molino, porque en el año 2019 habrá elecciones.
Concordamos, Nora. Como lo hicimos -y aún hacemos- con lo acontecido en Once y Cromañón, vamos a exigir incesantemente para que este hecho se esclarezca (porque no se trata de una simple “tragedia” como quieren hacer creer el oficialismo y sus medios obsecuentes) y que los responsables sean condenados (a diferencia de lo sucedido en los casos citados, en los que las sanciones fueron muy limitadas y aún hay muchos culpables sueltos e incluso en funciones públicas).
Nora. Es una obra pública, y si hubiera, como expresás, un error de arquitectura, por ende el poder político TODO tiene su responsabilidad. No olvidar que esta construcción está financiada y supuestamente fiscalizada por los gobiernos local y provincial.