[dropcap]M[/dropcap]ás que una actividad concreta de clase y de aparente suma responsabilidad, pareciera ser un pasatiempo bien remunerado y mejor visto por los estratos dominantes. Ser sindicalista, hoy y en el Partido de la Costa, es un tropo, una figura retórica con sello y personería jurídica. Lejos de la lucha, el combate, los idearios, los gremialistas vernáculos son un eslabón más en esta cadena escalafonaria que los posiciona como esclavos del poder y esclavizadores de quienes dicen representar. Y dentro de este rango parasitario, donde el trabajo y el trabajador son solo zonas referenciales para ratificar su razón de existencia, el Sindicato de Trabajadores Municipales se ha convertido en el icono de la deslealtad, una almenara que le sirve al poder para estar alerta ante cualquier movimiento y foco de protesta.
Mientras al menos la burocracia sindical general, más por mediatismo que por convicción, plantea lábilmente obtener aumentos salariales, el Sindicato de Trabajadores Municipales costeros hace ya inmemoriales tiempos que mantiene su postura de silencio y sumisión con el gobierno local. No pide y menos exige. Acata y más: reverencia. A sus demagogos dirigentes les importa nada que sus falsos y traicionados representados perciban haberes de miseria. Solo les interesa acompañar la gestión gubernamental de la manera más cómoda e irresponsable posible y en el trayecto desestimar y desarticular cualquier posibilidad de malestar y reclamo de quienes considera sus lacayos.
El imperio del miedo
No es complejo avizorar que en La Costa el miedo -casi terror-, la inacción, la indolencia y la obediencia son categorías que asoman como insalvables, según el paso de tiempo. Y ante ello, el gremio es una de las herramientas predilectas y preeminentes para llevar este triste precepto de vida hasta sus últimas consecuencias. Amparado en imponer como tesitura la conformidad y el tener trabajo en estos tiempos menesterosos y de despidos compulsivos y viciosos, el gremio que nuclea a los trabajadores comunales se convierte en bastión de la afrenta y en impulsor de la estrategia del desasosiego, a la vez que en su afán de incautar dignidades y protestas supervive de los magros salarios de otros a quienes les descuenta el laudo sindical para poder seguir manteniendo su estructura maldita y perversa.
Cooptación, verticalismo y sumisión
A sabiendas que el sindicalismo cooptado por el peronismo abandonó cualquier tarea que traspase el mero economicismo y desde allí excusar su subrepticia gerencial labor, en este caso particular, el gremio municipal se arroga del diálogo inexistente para discutir salarios abocándose sólo a aceptar las propinas que muy de vez en cuando, también más como cuestión coyuntural que de proyecto ideológico, deja a la mesa el gobierno local. Y de esa magra sutil gentileza, parte de la misma pasa a engrosar el erario de los burócratas dirigentes.
Si el gremialismo apoltronado tiene como sustancia frenar cualquier impulso aunque sea reactivo de los trabajadores, en el Partido de la Costa, el Sindicato de Trabajadores Municipales va algo más allá: se convierte en el comisario del poder. Y en su salvaguarda atiende en un despacho con comunicación directa con el gobierno. Quiero decir que a veces las fotocopias se parecen mucho al original y no necesitan autenticación: sólo conciencia y lucha para darnos cuenta.