[dropcap]El[/dropcap] primero de mayo recordamos a aquellos conocidos como los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en los Estados Unidos luego de una combativa huelga por las 8 horas de trabajo que comenzó un 1 de mayo de 1886. Así como ellos, el medioambiente también tiene sus mártires. Hoy es una jornada de reflexión sobre los derechos adquiridos como trabajadores. Reflexiones también sobre los derechos que hemos conseguido a un ambiente sano, aunque éste no se cumpla, gracias a personas que dieron sus vidas para visibilizar situaciones de depredación ambiental que nos afectan a todos.
Chico Mendes
Nacido en la pobreza en 1944, siendo hijo de seringueiros, hombres y mujeres que trabajan extrayendo el látex de las seringueiras o el árbol de caucho, árboles típicos de la región amazónica, él, como todos los pobres del área rural, heredó la profesión. Solo con 19 años fue alfabetizado y con 31 comenzó su lucha sindicalista que lo llevó a pelear también por la protección de la Floresta Amazónica, fuente de vida de todos aquellos que allí vivían. Pronto se dio cuenta que la deforestación amazónica no solo afectaba al entorno inmediato sino que a todo el planeta. Para 1988, es reconocida su lucha a nivel mundial por las Naciones Unidas, al mismo tiempo que las amenazas a su vida y a sus compañeros crecen exponecialmente por parte de los acaparadores de tierras, verdaderos señores feudales que mediante acciones legales, y no tan legales, tomaban tierras ocupadas por años por familias lugareñas que explotaban de forma sostenible el caucho pero que no poseían papeles. El 22 de diciembre, es asesinado en el fondo de su casa por Darly Alves Pereira, hijo del terrateniente Darly Alves Silva, ambos miembros de la Unión Democrática Ruralista, un grupo de latifundistas brasileros que ya tenían varios muertos en su haber. Para cuando Chico murió, había realizado junto a sus compañeros más de 40 acciones no violentas en defensa de la floresta Amazónica, con más de 400 detenidos y 40 torturados.
Dijo Chico: “Al principio pensé que estaba luchando para salvar las seringueiras, después para salvar la Floresta Amazónica. Ahora me doy cuenta que estoy luchando por la humanidad.”
Berta Cáceres
Nacida a principio de los 70 en La Esperanza, Honduras, era activista medioambiental y líder indígena de su pueblo, los lencas. Desde la cuna, Berta aprendió junto a su madre a defender las tierras ancestrales de su pueblo y otros pueblos indígenas, la protección del medioambiente y el empoderamiento de los grupos más vulnerables de Honduras. Sus reclamos se referían a la apropiación de tierras por parte del gobierno hondureño, a la venta de recursos naturales a capitales extranjeros y a la privatización de los mismos. Uno de los proyectos que más combatió fue el de Agua Zanca, una alianza comercial entre cuatro empresas, entre las que se encontraba una perteneciente al Banco Mundial, que buscaban construir cuatro represas hidroeléctricas en el río Gualcarque. Estas construcciones impedirían el acceso al agua por parte del pueblo lenca. Desde 2009, Honduras vive una situación política caótica, llegando a llamársela “dictadura”, tiempo durante el cual se han iniciado grande proyectos extremadamente destructivos para el medioambiente, desplazándose a las comunidades indígenas que allí viven y destinando 30% del territorio nacional a la explotación minera. Las actividades de Berta retrasaron las obras y con sus compañeros, fueron perseguidos, amenzados y asesinados. Fueron acusados penalmente y finalmente, en 2016, Berta fue asesinada a balazos en su casa por sicarios. Su asesinato repercutió en el mundo entero, llegando la Global Witness, organización que lleva un recuento de los activistas medioambientales asesinados, a declarar a Honduras “el país más peligroso del mundo para el activismo medioambiental”, con más de 120 personas asesinadas desde 2010.
Dijo Berta: “aquí es muy fácil que a uno lo maten. El coste que pagamos es muy alto. Pero lo más importante es que tenemos una fuerza que viene de nuestros ancestros, herencia de miles de años, de la que estamos orgullosos. Ese es nuestro alimento y nuestra convicción a la hora de luchar.”
Fabián Tomasi
Ex fumigador de Entre Ríos, Fabián se hizo conocido gracias a las denuncias que realizó junto al periodista Patricio Eleisegui acerca de las consecuencias del uso de los agrotóxicos. Tomasi trabajaba desde 2005 en tareas de carga y bombeo en una empresa de fumigación aérea. Contaba que trabajaba descalzo y sin remera como la mayoría de sus compañeros, sin ninguna medida de seguridad y bajo el total desprecio por la vida humana de parte de sus superiores. El caso de Tomasi mostraba crudamente cómo afectan los agrotóxicos al cuerpo humano: si bien su cuerpo había sido brutalmente expuesto a estos venenos, el resto de la población también lo estábamos siendo de forma constante aunque en menor medida… pero los efectos a largo plazo serán los mismos. Su diagnóstico, polineuropatía tóxica severa, una afectación al sistema nervioso periférico y atrofia muscular, lo dejó postrado en su casa con tan solo 52 años. “No sabía que el veneno modificaba el ser consciente. Estoy perdiendo la vida” dijo en una entrevista. Su imagen, fotografiada por Pablo Piovano en su casa, sentado sin camisa, flaco, débil, casi sin cabello, se hizo mundialmente conocida y representó el porqué de la existencia de una lucha contra los agrotóxicos.
La valentía de Fabián al exponer su situación fue no solo por mostrarle al mundo una verdad que muchos quieren ignorar o callar sino también porque el esfuerzo de denunciar, de ir y venir, acortó su vida. Sus últimos años fueron dedicados a concientizar para que esta situación no se repitiera, a abrirle los ojos a la gente que no sabe de dónde viene su comida, a exponer al agronegocio de la muerte.
Dijo Fabián: “Yo no quiero ahogar mis palabras. Quiero gritar”. Y gritó muy alto.