Por [highlight ]Gustavo Calle[/highlight]
[dropcap size=small]L[/dropcap]as palabras siempre dicen menos de lo que debieran. Incluso, en casos como éste, se torna dificultoso y hasta abstruso hallarlas para entrelazarlas y significarlas. Buscarlas, para que especifiquen conceptos y, aunque más no fuere, simplemente que sirvan de información. Darío Hernán Lúquez, finalmente, según lo dictaminado por la sospechada Justicia, es el joven a quien corresponde el mutilado cuerpo sin vida –se lo entregaron a la familia sin la cabeza y sus extremidades superiores– hallado el pasado 25 de agosto de 2014, en las costas del distrito. Así, al menos, lo determina el estudio de ADN que finalmente, y después de mucho sufrir y bregar, la familia Lúquez consiguió que la vil justicia se dignara a efectuar. Y nacen, así, los primeros y mayúsculos interrogantes, que en este estado de cosas perverso se convierten casi en certezas: ¿por qué haber esperado ocho meses para cotejar genéticamente los datos, si el cadáver en cuestión data de agosto del año anterior? ¿No era que ese cuerpo sin vida, en aquel entonces, correspondía a una persona de entre 30 y 40 años de edad, a sabiendas que Darío era un joven de tan sólo 20? ¿Por qué esta persona estaba inhumada en el cementerio de Mar de Ajó registrada como NN, desde esa fecha? ¿Cómo comprender, entonces, que una peluquera y un pastor evangelista de Villa Gesell aseguren haber estado supuestamente con Darío, y lo hayan trasladado a la comisaría de la citada ciudad, y en esta dependencia sus efectivos los hayan dejado partir aduciendo falta de información judicial con respecto a su búsqueda?
Partidos políticos de baratija, todos, en el inicio de la campaña electoralera 2015 se vistieron más que nunca de oportunistas. Gobierno y sectores de derecha, centro e izquierda buscavotos, que jamás mostraron solidaridad y compromiso con la familia Lúquez, conocida la noticia del hallazgo de su cuerpo indigna y pérfidamente transmutaron en responsables y humanos. Del mismo tenor fue el accionar de los medios de comunicación lameculos –la mayoría en el Partido de la Costa, en favor del Gobierno o de los diferentes sectores pseudo opositores partidistas, incluida la izquierda electoralera que también tiene el propio-. Y ni que hablar de la presencia en el velorio de Darío de una tal Angélica Fuentes, quien ostenta el cargo como funcionaria gubernamental de directora general del Municipio de La Costa (sic, así fue presentada en una placa televisiva de nivel nacional), aunque en el orden local se dio a conocer, hace sólo tres o cuatro años, como coordinadora del Ciclo Básico Común (CBC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la regional que esta alta casa de estudios posee con más falencias y carencias que certezas y materias cursables, en Santa Teresita. También, en esta ambigüedad dialéctica propia del argot, la susodicha aparece como directora de Promoción Educativa. Incluso Fuentes brindó una nota, el viernes 27 de marzo, a un noticiero del canal oficialista C5N, atacando descaradamente a la familia Lúquez y denunciando haber sido echada del velorio de Darío junto a uno de sus patrones, Facundo Nores, titular de la cartera de Desarrollo Social del gobierno costero. De hecho, fue justicieramente increpada por una familiar del joven, quien le propinó una serie de verdades y le recriminó la indolencia mostrada por la gestión comunal de frente al caso de Darío, que Fuentes no pudo soportar ni responder.
Por lo demás, siento vergüenza. Vergüenza de almorzar y cenar, de apoyar mi cabeza en la almohada y descansar; del calor de las tardes y el relente de las madrugadas. Vergüenza de estar vivo y soportar a tanto caradura sin hacerlo escarmentar; de haber permitido, por indolencia, que los tahúres sigan desapareciendo gente; de reír, amar, odiar, descalzarme, desvestirme para volver a hacerlo; vergüenza de no hacer lo que debiera y de deber tantos abrazos. Vergüenza de mí. Vergüenza de estar vivo, cuando solo atino a observar y en verdad debiera contemplar a tantos y tantos que no están.
Siento dolor. Mucho. De vos y de mí. Dolor de ser y no ser. Dolor que duele como espasmo, como pesadilla, como haber votado alguna vez. Dolor de mi vergüenza anterior y la más que segura inmediata porvenir. Dolor como de muelas y de alma. Dolor de impotencia que no se convierte ya, urgente, en dolor de potencia. Dolor de mirarme al espejo y reflejarme, cuando hay tantos, como Darío, que han sido convertidos en vampiros cuando sé que son más humanos que yo.
Siento pena. De sentirla, de apenarme y desvelarme. De creernos acompañados, en lugar de ser compañeros; de sabernos colectivos y ser solos solitarios errantes, de asir con las dos manos la tristeza y con una sola, la felicidad. Pena de ver apenados presos por las calles y penados sueltos y en despachos. Pena por costumbre y por melancólico sistemático. Pena por la conciencia dormida y la aceptación y domesticación fácil y ligera.
Vergüenza, por permitir y omitir; dolor, por incapacidad y quietud que me condena más que mi pasado; pena, por la memoria siempre atiborrada y perseguida porel perspicaz y farsante olvido.
Es decir, yo también me siento un desaparecido, aunque en continua batalla contra el destino y el hoy. Naciendo y renaciendo, porque la muerte es mentira. Sólo es una manera absurda y frágil de desentendernos de la vida en permanente estado de latencia. Y si muerte hubiese, Darío Hernán Lúquez, señal que has vivido, que no es otra cosa que esa fuerza que nos hace resistir a la injusticia y el desdén.