(…)
Para qué, para qué se pregunta el viento de ayer,
aquel que besó la frente del que cayera
inocente, muerto por el cañadón, para qué
la pura sangre derramada en la ambición
por una tierra que aún sigue siendo un desierto hoy
Ay! tierra mía,
ay! tierra mía,
para qué te despoblaron si no te saben poblar,
para qué tantas orejas si no saben escuchar. (…)
Hugo Giménez Agüero.
[dropcap size=big]A[/dropcap] escasos días de cumplirse 523 años de un nuevo aniversario de la Conquista de América, comienzo del genocidio de los Pueblos Indígenas todavía no hemos reflexionado profundamente sobre todo lo acontecido, ni accedido a toda la verdad sobre la imponderable lucha de estos pueblos. Porque aún nos falta mucho por saber. Porque pareciera que aprendimos que se puja por programar un futuro que se develará, cuando en verdad hace falta volver al pasado, a las raíces de estos pueblos para internalizar, como educadores y actores sociales, que existe la posibilidad de aprendizaje en ese pasado.
Preguntarnos cómo se construyó sistemáticamente la invisibilidad de tanta cultura, de los que fueron dueños y habitantes de estos territorios. Cómo se creó una identidad tan indecente y lamentable, desde el discurso dominante de un Estado Nacional y nosotros creímos en ese discurso. Un Estado que lejos de otorgar derechos, no sólo continuó con los mismos objetivos de la colonización, sino que además, nos fue transmitiendo la idea de un país de etnias heterogéneas que en el S. XIX, con la inmigración europea, logra una integración de la diversidad.
Cómo no pudimos ver que esa integración, omitía el genocidio, la expulsión y la marginación de los indígenas.
Por un mandato de la Patria próspera y recién nacida, muchísimas generaciones interpretaron y hoy siguen pensando que nuestra sangre debía ser criolla y europea, mientras el poder tendía puentes con la hegemonía, con los más poderosos, con los nuevos colonizadores. Nadie se preguntó cómo fue que desaparecieron del territorio. Cuándo y por qué.
Específicamente, el territorio pampeano y patagónico, del Río Salado hacia el sur, constituía un espacio casi desconocido. Y por ende apto para ser denominado desierto. Así es que entre 1879 y 1885, se organiza “La Conquista del Desierto”. Desde el nombre otorgado a las expediciones, que encierra tanta contradicción, TAMPOCO nos planteamos interrogantes. No hace falta desentrañar nombres y apellidos de los autores de tanta hipocresía, de los cómo y los porqué se llevó a cabo minuciosamente el exterminio físico y cultural de tantos pueblos patagónicos.
Desde la conceptualización misma sabemos que nadie necesita “CONQUISTAR UN DESIERTO”.
Unos cien años después, salen a la luz investigaciones como la de Enrique Mases y otros con las que se podría hacer un extenso glosario con todos los conceptos que se nos develan. Que no nos eran inéditos, pero lejos estuvimos siempre de analizarlos: reducción, deportación, distribución de indígenas. Empezamos a comprender que no se disolvieron. Que los agentes del poder político en conjunto con los nuevos terratenientes desarrollaron un trabajo planificado para invisibilizar a los pueblos indígenas y mostrar un país limpio para los inmigrantes, productivo y extenso para la agroeconomía, para la incipiente industrialización y sobre todo para brindar y brindarse una población civilizada, evolucionada, libre de la impureza, la maldad y la invasión del indio, atribuyéndose una gran Gesta Patriótica.
Si la etapa colonial – el extranjero, su desidia y brutalidad – había sido cruenta, la etapa posterior a la conformación del Estado Nacional fue definitivamente más deleznable, más injusta y falaz, más apócrifa e indiferente.
Nuestros manuales de estudio estaban plagados de lecturas sobre la Buenos Aires que sufría con las incursiones de los sanguinarios indígenas. NUNCA nos informaron que todo nuestro sur estaba habitado por una Unidad Cultural que incluía a muchas, muchísimas parcialidades indígenas, cohesionadas y relacionadas entre sí, como la Arauco-pampeano-patagónica, con autonomía política, en la que los Mapuches desarrollaron una forma de control político, sin presiones ni tensiones sobre las parcialidades, donde el territorio era considerado un espacio dinámico para la convivencia pacífica entre parientes no sanguíneos (ver Wajmapu) (2).
Todo lo contrario de lo que venía a imponer el Estado Nacional con sus fronteras, para establecer la marginación, justificar el genocidio y borrar la identidad de tantas comunidades. En ese sentido, en la actualidad, visibilizamos el genocidio de muchos pueblos del mundo, como el judío o el armenio, pero no está en nuestro imaginario que muchos de los que consideramos nuestros próceres fueron expertos en torturas y campos de concentración, con la justificación que se erradicaba la barbarie en pos de ampliar la frontera productiva.
No hace falta más que buscar noticias periodísticas actuales que dan cuenta de la forma en que estas parcialidades luchan de conjunto contra la megaminería en ciudades del sur reconocidas internacionalmente.
Lo cierto es que si hubo guerra, negociación o acercamiento del estado Nacional dentro del territorio indígena o sobre la línea de frontera impuesta arbitrariamente, siempre fue con el objetivo bien claro de dominación. Nunca integración.
Hoy podemos comprobar que los diferentes gobernadores de Bs. As. primero y de la Confederación, después, actuaron con algunas diferencias metodológicas, pero con el mismo fin: el despojo. Ninguna voz que se alzara en defensa de los derechos humanos era escuchada (tampoco los pronunciamientos de próceres de gran actuación durante la Gesta de Mayo de 1810).
Los primeros -los gobernadores- con el informe del coronel Pedro García, único en mostrarse partidario de negociaciones razonables para el intercambio con los Caciques de la “frontera”, aconsejaba avanzar pacíficamente, aunque con el objetivo de incorporar al “salvaje” al Estado con las costumbres y religión cristiana, obviamente para la explotación, borrando todo vestigio de la cultura ancestral de los pueblos. Aún así su informe fue desestimado.
El terrateniente Francisco Ramos Mejía, quien en el Tratado de Miraflores, propusiera y mediara, tampoco logró sostener la línea de frontera impuesta, porque no todas las parcialidades habían aceptado el acuerdo. Ésto fue muy bien aprovechado en el ataque militar del gobierno de Martín Rodríguez que no estaba de acuerdo con el trato pacífico y aún menos con el respeto de Tratados.
Al borrarse cualquier tipo de negociación y convertirse la frontera en un foco permanente de crisis y recortarse casi por completo la posibilidad de intercambio, aparece en escena Juan Manuel de Rosas, aparentemente con ánimo conciliador por su reconocida interrelación con los indígenas.
Durante su instancia en el poder, desde 1829 hasta 1852, instauró una cierta fachada de buen trato con los Caciques que pactaban a título personal, esto es, únicamente con Rosas y no con el gobierno de Bs. As.
A través de la dádiva y las concesiones otorgadas a algunas comunidades, logró mantener durante su gobierno, una especie de tranquilidad tensa, ya que cualquier conflicto hacía peligrar la calma.
Se sobreentiende que se trataba de obtener beneficios para sí, violando y corrompiendo la lealtad de algunos Caciques en perjuicio de otras parcialidades.
Finalmente, el resultado de sus campañas no hizo más que estigmatizar a las comunidades como amigos, aliados o enemigos.
Similar sometimiento los convocaría luego de la caída de Rosas, bajo el poder de Urquiza y luego con la Confederación, profundizándose la política de reducción de alimentos, creando más fuertes para el control y ocupación del territorio y preparando el campo de acción para la ya mencionada “Campaña al Desierto” que iba a llevar a cabo el Gral. Julio A. Roca.
El Estado había incursionado claramente en las comunidades, para conocer y aprehender sus costumbres con el objeto de destruirlas. Ya no habría Tratados. Los indígenas eran el enemigo interpuesto ante los planes políticos y económicos e iban a ser combatidos para producir un cambio en la historia, utilizando a la EDUCACIÓN como una de las herramientas de invisibilidad de los pueblos indígenas.
Además de tratar de comprender la lucha y el devenir de estos pueblos por recuperar su identidad -porque de eso se trata- tenemos en nuestras manos la obligación y la responsabilidad de mirar la realidad desde el hoy. No hay excusas ni distracciones. Porque tenemos las herramientas y debemos proponernos el compromiso:
– Difundir las leyes que han sancionado nuestros representantes desde nuestra cosmovisión, pero para que se haga justicia plena. (3)
– Desaprender lo asimilado e incorporar la conciencia de que tienen derechos como cualquier argentino. De que no los tenemos que “recordar” como a pueblos desaparecidos. No son ya los dibujitos que están en el manual del aula. Son esas personas que crean, estudian, actúan en organizaciones, trabajan en documentales, viven entre nosotros, nos interpelan a diario.
– Disponer del extenso material bibliográfico, documentos, fuentes, testimonios, al que hoy tenemos acceso.
Necesitamos encontrar la forma de pronunciarnos por una Argentina con una auténtica diversidad.
Una Argentina con Indios.
(1) Se expone en esta nota únicamente la situación de los Pueblos del Sur.
(2) A principios de los años ochenta, la investigadora Martha Bechis definió el área panaraucana o araucano-pampeana del período colonial como el territorio que, al sur del río Salado, se extendía desde el Océano Pacífico hasta el Atlántico. La sociedad indígena arauco-pampeano-patagónica fue definida como una “unidad cultural” que incluía diversas parcialidades indígenas con vínculos y conocimiento mutuo, contradiciendo así el esquema que dividía a los pueblos indígenas de acuerdo a su ubicación en uno u otro lado de los Andes (los Mapuche en Chile y los Tehuelche en Argentina).
Volviendo al trabajo de Bechis, la unidad cultural arauco-pampeano-patagónica fundamentó el reconocimiento de repertorios culturales compartidos (prácticas reciprocitarias, religión, lenguaje, etc.) y la existencia histórica de diversas autonomías políticas indígenas (parcialidades) con redes sociales y económicas que vinculaban entre sí. La noción de Wajmapu expresa, en mapunzungun, la auto-percepción Mapuche de una forma de control político-territorial laxa, en el cual pueden convivir diferentes parcialidades en un territorio móvil, dinámico y discontinuo. En tal sentido, se distancia de la forma estatal donde la matriz territorial y la autonomía política es necesariamente parte del monopolio del propio Estado.
(3) Referencias Bibliográficas:
Bechis Rosso, Martha 1984 Interethnic relations during the period of nation-state formation in Chile and Argentina. From sovereign to ethnic. Ph. D. Thesis. Ann Arbor. Michigan University Microfilms Int. Michigan.
Berón, Mónica. 2011. “El Rehue de Ñorquinco, un diacrítico de interacción social y cultural transandino.” En: El Lof Ñorquinco y la historia de sus pobladores: de la expulsión a la reconstrucción.Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras – UBA, Buenos Aires.
Berón, Mónica y Radovich, Juan Carlos. 2007. “El pueblo mapuche en el contexto de los procesos histórico-sociales del área patagónica”. En: Nuestro patrimonio natural y cultural, Año 4, Nº 4. APN. Buenos Aires.
Canals Frau, Salvador .1986 [1953]. Las poblaciones indígenas en argentina. Su origen, su pasado, su presente. Hyspamerica. Buenos Aires.
Lazzari, Axel y Diana Lenton. 2000. “Etnología y Nación: facetas del concepto de Araucanización”. En Avá Revista de Antropología, #1, abril. Programa de Posgrado en Antropología Social. Posadas. pp. 125-140.
Mandrini, Raúl. 1994. “¿Sólo de caza y robos vivían los indios? Los cacicatos pampeanos del siglo XIX”. En Siglo XXI, Nueva Época. N° 15, México. pp. 5-24.
Mases, Enrique Hugo. 2002. Estado y cuestión indígena: El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910). Prometeo Libros/ Entrepasados. Buenos Aires.
Sarmiento, Domingo F. 1993 [1845]. Civilización y Barbarie: Vida de Juan Facundo Quiroga. Biblioteca Ayacucho. Caracas.
Trentini, Florencia, Valverde, Sebastián, Radovich, Juan Carlos, Berón, Mónica y Balazote, Alejandro. 2010. “Los nostálgicos del Desierto”: La cuestión mapuche en Argentina y el estigma en los medios”. En: Cultura y Representaciones Sociales., vol. 8. México D.F. pp. 186 – 212.
Bibliografía recomendada
- Bayer, Osvaldo (coord.) (2010). Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios. Ediciones El Tugurio.
- Delrío, Walter (2005). Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia 1872-1943. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes.
- Mases, Enrique (2002). Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910). Buenos aires, Prometeo Libros.
Documentales
- Awka Liwen. De Osvaldo Bayer, Mariano Aiello y Kristina Hille (2010). Awka Liwen, que en idioma mapuche significa rebelde amanecer, muestra la evolución de la tenencia y propiedad de la tierra en Argentina así como de los reclamos al respecto de la comunidad mapuche.
- Tierra Adentro. Director: Ulises de la Orden (2010). “La película sobre la Conquista del “Desierto”. Rodada durante el invierno de 2010 en escenarios naturales de las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Rio Negro, Neuquén, Chubut y la región de la Araucanía, Chile”.