Esa mañana lo vi, ¿me podés creer? Cuando te cuente a quien me crucé me dirás… nooo, no te creo, ¡justo vos te lo vas a encontrar!, y le voy a responder que sí. Que lo vi y hasta hablé con él.
Corría el tercer día de competencia en los Juegos Olímpicos y este muchacho se tenía que preparar para correr los 100 metros en atletismo. Se lo veía concentrado como queriendo pasar desapercibido entre la multitud. Lo miraban, pero él se ponía su capucha por timidez. Estaba caminando por la avenida Copacabana y decidí seguirlo; estaba seguro de que era él, porque lo reconocí por su campera que decía “Jamaica No Problem”. Caminé unas cuadras y observé que entró en un supermercado… Entre góndolas lo miraba, yo apenas tenía 10 reales para comprarme un agua. Lo sigo y le pregunto: “¿Dónde está la heladera de los yogures?” Y me la señaló con una cancha terrible, como si el tipo hubiese laburado ahí hace años.
Lo cierto es que cuando estoy viendo los productos se me acerca y me dice: “¿Argentino, no?” (porque yo justo tenía mi campera de voluntario con el pantalón corto de la selección). A lo que respondí, “sí”. Y ahí comenzamos a dialogar. Me dijo que se había dado cuenta que lo miraba, pero mi intención no era molestarlo. Seguimos caminando por el súper y el agarró dos aguas minerales, dos kilos de banana y tres kiwis. Me pareció raro lo de los kiwis, pero él me contaba que era la fruta que más le gustaba. En su Jamaica natal tenía una planta que cultivaba con su abuelita cuando era chico.
La cuestión fue que llegamos a la línea de cajas y me dijo: “Compré un agua de más para que tomemos juntos” y me llevé una gran sorpresa. USAIN BOLT me estaba pagando un agua y la íbamos a compartir, no importaba donde, pero no salía de mi asombro.
Ni bien salimos del supermercado, el Negro (con cariño) me quiso convencer para volver corriendo a la Villa, que estaba a 100 metros. “Te doy una cuadra de ventaja y subite a una bici; si en 9 segundos no te paso, te regalo mis zapatillas”, me dijo.
Entre tanto nerviosismo me subí a la cleta, mientras él llevaba las bolsas del súper… y al grito de ¡Go! Comenzamos. Cuando estaba por el séptimo segundo le pifié al pedal y trastabillé con la bici, me di un porrazo de aquéllos. Bolt se preocupó y se ofreció a curarme la herida que tenía en la rodilla producto de ese golpe. Me llevó a la villa y su médico personal me curó satisfactoriamente.
Con la rodilla curada decido irme al hotel, donde estábamos todos los voluntarios de los Juegos, pero esto no termina aquí. Al grito de “¿eh, como es tu nombre?”, le contesto… “Sebinho…-Sebinho”. Quería que me acompañaras con mi cuerpo médico al estadio así me ves correr. Parece que le caí bien al atleta récord. Me dio un VIP para el ingreso y me dijo: “A las 9 de la mañana te espero acá en la Villa y vamos”.
El día llegó y de tan ansioso que estaba llegué a las 6. Justo me senté en la vereda donde daba su habitación y a los 10 minutos levanta la persiana: “Ey Sebinho, tan temprano, ¿qué pasó? Vení, vení a desayunar conmigo que es temprano, pareciera que vas a correr vos”.
Acepté otra de sus invitaciones, y luego de un suculento desayuno (que incluía pan de queso, yogurt de frutilla, café con leche, medialunas y demás) decidimos emprender viaje para el estadio. Estaba cumpliendo uno de mis grandes sueños como corresponsal: ver de cerca a este monstruo.
Ni bien llegamos a los vestuarios, Bolt me dice (obviamente todo en inglés): “Sebi, decime algunas palabras en argentino”. “A ver… a ver, dije… Hola, boludo, ¿cómo estás? Soy Bolt y me gusta el rocanrol… ‘Aguante Chaca´, papá”, entre otras tantas.
El grone se quedó paralizado con las palabras argentas, pero decidí no seguir molestándolo porque se acercaba la histórica noche, en la que finalmente ganó su medalla de Oro.
Al grito de “¡Soy de Chaca!”, Bolt volvió cantando al vestuario y me dijo… “Gracias, Sebinho, la pasé muy bien con vos, te regalo lo que te prometí”. ¿Y sabés qué me dio? ¡Sus zapatillas! Sí, las mismas por las que ofrecieron como 35 mil euros las tengo yo, y las llevaré conmigo por el resto de mi vida.
¿Y sabés en qué volvimos? ¡En bondi!, porque el auto tenía un desperfecto. Íbamos parados mirando el bello paisaje de Río, hasta que llegó el momento de bajarme, nos despedimos y me pasó su whatsapp.