[dropcap]D[/dropcap]e metáforas y paradojas estamos hechos. Ambas nos identifican, para bien o para mal.
En esta parte de América bañada por el Río de la Plata, el juego del truco y la historia se encargan de referenciar, con embustes, trampas y despojos, a ambas. El truco, como metáfora de la vida en que andamos, y la paradoja, como elegida de los preceptos y espejos históricos, para burlarse de nosotros aprovechándose de las frágiles memorias.
La muerte no sólo carga con su muerto, sino con la certeza de haber acabado definitivamente con esa fuerza que se le resiste: la vida.
La muerte, desatenta, implacable, corolario de todo futuro cierto e incierto, también posee sus escalafones. Hay muertes que duelen, muertes que pasan desapercibidas, muertes que se magnifican o en su defecto se minimalizan.
La muerte de un defensor de asesinos
Murió José Manuel De la Sota, un nombre más de los tantos que integran la letanía imprecada de ex gobernantes de la Nación y éste, en particular, de la provincia de Córdoba. Y se me hace que su muerte fue utilizada por los estamentos de opresión y manipulación -entiéndase por éstos a los poderes político y económico, religiosos, burgueses y medios de comunicación- para recrear el refinado apotegma borgeano que dice que el pasado es lo mejor que uno puede acomodar a su antojo y conveniencia.
Muy conmocionada por la triste noticia del fallecimiento del ex gobernador de Córdoba José Manuel De La Sota.
Mis condolencias a su familia y a sus compañerxs y amigxs.
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) 16 de septiembre de 2018
La muerte de De la Sota estuvo signada, entonces, por la obediencia debida de los ignominiosos vertida en esa colectiva memoria frágil que se encolumnó tras la demagogia del mensaje y acompañó las exequias procurando dejar enhiesta su condición de apego a la acriticidad y a la moral y buenas costumbres, ésa que prescinde de marginales “caratapadas” que sólo, y sólo sí, utilizan el artilugio de cubrirse el rostro para el menos poder ser reconocidos y tenidos en cuenta por quienes marginan.
Conmocionado por la muerte del ex Gobernador de Córdoba José Manuel de la Sota en un trágico accidente automovilístico. Mis condolencias a toda su familia.
— Mauricio Macri (@mauriciomacri) 16 de septiembre de 2018
Excesos de retórica, mixturados con el salvataje casi desesperado de la cualidad de haber sido De la Sota una “persona sumamente honesta”, dominaron el espectro de la demagogia comunicacional. “Una gran pérdida para el país y la ética, prócer peronista, un político de principios sólidos y un hombre de integridad reconocida”, entre otros códigos lingüísticos exageradamente jactanciosos de la lengua se sucedieron cual hipocresía subliminal, abusando de la oprimida memoria colectiva.
De la Sota, a las Madres de Plaza de Mayo: “Tuvieron que haber cuidado mejor a sus hijos”
Memoria histórica que a pesar de sus máculas de olvido pretendido y preconcebida con alevosía de funeral, acerca a De la Sota a ser uno de los gerentes de la hiperinflación, un ávido defensor de las represiones sociales y populares, un vergel de apoyo irrestricto al negocio megaminero asesino y uno de los promulgadores de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final a los genocidas de la dictadura. Entre tantas otras, solo algunas de las disposiciones delasotistas llevadas adelante por el hoy impelido a creer como otro de los paladines de la democracia. Acontecimientos injustamente olvidados, todos, a la égida de esa “honestidad cabal” que pareciera habérsele descubierto a De la Sota, como es menester, sólo post mórtem. Como si esa honestidad sin límite -a la que también me permito no sólo poner en duda, sino a desconocer y refutar abiertamente- alcanzara por sí sola para justificar los despropósitos y desatinos de su gobierno y su trascender político.
Así pues, me queda la atinada sensación que el tratamiento público de la muerte de José Manuel De la Sota, como tantas de su aborrecible ralea, estuvo regido por la avidez de la demagogia y lo insustancial de una memoria colectiva que -traspolada a manos de la franja politiquera en general y el caudillaje de unidad básica en particular-, está absolutamente condenada al purgatorio y se asemeja poco, muy poco, casi nada, a esa “honestidad cabal” con la que decidieron entronar a este De la Sota, convertido post mortem en rey de Espadas, para incorporarlo al parnaso de los demócratas.
Por Gustavo Calle
Director periodístico de NdR Radio FM 103.9