[dropcap]E[/dropcap]l Partido de la Costa depende exclusivamente del turismo que recibe en el verano, feriados y vacaciones de invierno. Es una actividad económica que ha cobrado un peaje alto a nivel medioambiental. Pero este peaje, no es una consecuencia natural e inexorable que se da en las zonas costeras; no todas las playas dependen solo del turismo para su supervivencia económica. Pero para entender cómo y por qué hoy somos un partido sin prácticamente ninguna otra actividad económica, hay que remontarse un poco al pasado.
¿Cómo se conforma el Partido de la Costa?
Hasta poco antes del fin del siglo XIX, la costa atlántica bonaerense era considerada un terreno inútil compuesto por puros médanos, inhabitable y hostil. La Generación del Ochenta, aquella que encabezó el genocidio de aborígenes en la Patagonia, ávida de progreso entendido como “ser como Europa”, no veía en los 1281 km de costa en la povincia de Buenos Aires una opción viable para la construcción de balnearios o resorts de descanso. El único balneario construido hasta entonces era Mar del Plata, cuya fundación había sucedido el 10 de febrero de 1874. Sin embargo, no sería hasta la década de 1880 que se conformaría como balneario exclusivo de la elite porteña, con la llegada del ferrocarril y la inauguración del hotel Bristol.
Mar del Plata así se transformaba en el centro turístico de las clases altas por excelencia; la ciudad de Buenos Aires empezaba a transformarse en una increíble Babel con inmigrantes llegados de todas partes de Europa pero estos, no eran los inmigrantes cultos y refinados que la generación del 80′ esperaba: eran campesinos, herreros, carpinteros y un sinfín de profesiones acompañados en su mayoría por un fuerte espíritu político. Socialistas, anarquistas y comunistas pobres agitaban las tranquilas vidas pacatas de la elite porteña y Mar del Plata y su hotel Bristol, donde se respiraba a Europa y “civilización”, eran el escape perfecto.
Pero todo cambió en la primera mitad del siglo XX; Mar del Plata y algunos balnearios menores que intentaron construirse dejaron de ser suficientes para la cantidad de personas que deseaba descansar frente al mar. La democratización del descanso obligó a replantearse la necesidad de construir otros balnearios donde recibir a la gran cantidad de turistas que comenzaba a buscar descanso en la costa bonaerense. En 1930, 65000 personas habían visitado la ciudad de Mar del Plata mientras que diez años después, el número había subido a 380000 y así comienza la búsqueda por la expansión del espacio de veraneo.
El Partido de la Costa originalmente pertenecía al partido de General Lavalle. En catastro original puede observarse el nombre de las familias que luego lotearían lo que hoy es el Partido de la Costa y entre ellas, el apellido Leloir; la familia del premio Nobel de Química, Federico Leloir era dueña del espacio que va de San Clemente a Mar de Ajó. Los primeros loteamentos se realizan en lo que hoy es San Clemente del Tuyú. Sus pioneros se encontraban con un área hostil de arena, vientos fuertes y médanos que dificultaban la construcción o cualquier intento de modificar el medioambiente. El profundo desconocimiento de la zona y sus particularidades llevaron a los nuevos dueños a interferir de sobremanera sobre la naturaleza: para transformar el espacio costero, se extrajo arena de sus playas, se sacó una inmensa cantidad de médanos y se expulsó a la fauna que convivía con este paisaje. Durante este período, el turismo no era tan masivo; no solo por la falta de lugares donde hospedarse sino porque no era tan simple llegar hasta donde sí había plazas hoteleras u hospedajes y las personas elegían otros lugares de más fácil acceso para vacacionar.
Aumenta la demanda turística
Entre la década de 1970 y 1990, hubo un gran aumento de veraneantes en las localidades del Partido de la Costa. La necesidad de responder a la demanda turística llevó a la construcción sin planificación de innúmeros inmuebles, pavimentación de avenidas costaneras y destrucción del cordón medanoso que protegía las costas. Sumado a esto, la falta de control por parte de las autoridades tuvo como consecuencias la extracción de arena para tales efectos, la extracción de almejas y berberechos y otros efectos negativos que no compensan a largo plazo el desequilibrio ambiental causado por el turismo.
Así, hoy nos encontramos a casi cincuenta años de la década del 70, casi medio siglo después, respondiendo a la demanda turística de la misma forma: construyendo sin planificación, decorando la costanera con pavimento y arrancando médanos. Como vemos, la destrucción medioambiental no es natural ni inexorable y definitivamente el turismo, con el aumento demográfico del partido, con las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías y con un mayor conocimiento ambiental disponible para crear políticas públicas sostenibles, no debería ser la fuente económica exclusiva de nuestra región.
Pero aquí estamos: como a principio del siglo XX, creyendo que el progreso es sinónimo de destrucción.
No nos quejemos después si nos quedamos callados delante de estos atropellos.