[dropcap]L[/dropcap]a identidad es una cuestión de suma importancia para las personas. Tener un nombre, un grupo, un bagaje cultural compartido. La identidad se construye y construye a la persona.
Así funciona también con la identidad que se forma y conforma con el territorio donde vivimos. Uno crea lazos, desarrolla preferencias de lugares, amor por lo compartido, odio por lo que no nos gusta y siempre surge el deseo de mantener ese lugar que se aprecia.
Somos el espacio que construimos
Dice la geografía histórica que el espacio territorial se construye; que no existe porque existe. Nosotros le damos un nombre, contamos su historia y lo desarrollamos. Establecemos relaciones. Lo vivimos y él vive por y con nosotros. Territorio y seres humanos están intrínsecamente relacionados.
Seguro todos – o casi todos- tenemos un lugar al que llamamo de hogar. O lugar de origen. Solemos decir que “Yo soy de…pero vivo en…” si no somos originariamente de esa región. O con orgullo adoptamos un nuevo hogar: “Yo vivo en tal lado” y punto, no importa de dónde vinimos. Ahora somos de acá.
La identidad nos relaciona con el espacio donde decidimos echar raíces. Nos hace querer saber más de él, conocer sobre sus características, sus problemáticas, sus fortalezas. Nos hace querer protegerlo. Pero cuando no creamos esos lazos, dejamos de ver al ambiente donde nos instalamos como parte de nuestro funcionamiento. Vemos al ambiente desde la otredad, como si fuera un objeto ajeno al desarrollo propio de la comunidad. Ajeno al desarrollo de uno mismo.
La identidad se construye en una relación dialéctica con el espacio donde vivimos. A la vez que creamos una relación con él, también lo (re)creamos y nos (re)creamos a nosotros mismos.
Y la identidad costera es así; está dividida en aquellos que se sienten costeros y los que no. Aquellos que están de paso o vinieron porque tenían una casita (pero tienen un pie afuera) y los que nacieron o eligieron este lugar como hogar. Dice la licenciada Hilda Puccio que nuestra sociedad local está dividida en dos grandes grupos: por un lado, tenemos a aquellos que son los dueños de los medios de producción y tienen una baja percepción de pertenencia; por otro lado, un grupo con fuerte sentido de pertenencia territorial que va conformando una cultura costera y una conciencia ambiental tan necesaria por estas zonas.
Sin embargo, nuestra identidad muere a cada verano, a cada feriado, a cada período turístico. Muere porque no existe de forma concreta. Somos un montón de gente intentando sacarle provecho a las playas, a los médanos, a los muelles porque ahí está el dinero. La identidad costera está latente, pero no es suficiente. Adaptando las palabras del sociólogo Gilberto Romero, podemos decir que una de las razones de la degradación ambiental es la ignorancia. Cuando no nos interesa relacionarnos con nuestro ambiente, cuando no nos interesa construir una indentidad, tampoco nos interesa conocerlo. Por suerte, la ignorancia es una razón de degradación modificable.
¿Cómo?
Construyendo esa identidad costera si no la tenemos aún o reforzarla si ya nos sentimos parte de este lugar. Conocer nuestro ambiente. Informarnos. Solo así podemos protegerlo. Si no nos sentimos parte del lugar donde vivimos, la naturaleza que nos rodea siempre será un bien de consumo plausible de explotación desmedida.
Así de importante es la identidad que construimos con nuestro espacio. Así de importante es sentirse costero.