[dropcap]T[/dropcap]odos ya deben haber escuchado sobre el crimen ambiental sucedido en Brumadinho, Brasil. Para quien no sabe mucho lo que pasó, Brumadinho es una pequeña localidad situada en el estado de Minas Gerais. Está rodeada de manantiales y se caracterizaba por alimentar con esas aguas a un cuarto de la población metropolitana de la región y a municipios vecinos. Su mayor fuente de ingresos era la actividad minera a cargo de la empresa Vale pero por ser una región de grandes atractivos naturales, el turismo ecológico significaba también una de las principales entradas económicas de ellos. El 25 de enero de 2019, como cuenta el periodista Javier Drovetto, un dique que contenía millones de metros cúbicos de desechos de una mina de hierro se rompió y sepultó con barro y químicos tóxicos a parte de la ciudad.
Consecuencias fatales
Hasta ahora, el contaje de muertos ha llegado a 142 (siendo 122 identificados), 194 desaparecidos, 192 rescatados y 394 localizados que aún no han sido salvados. Cabe mencionar que este no es el primer crimen ambiental cuya responsabilidad recae en la empresa Vale. En 2015, otro dique con desechos de la actividad minera se rompió enterrando a la ciudad de Mariana también en Minas Gerais, cuyas fuentes de ingreso dependían en gran parte del turismo ecológico. Como en Brumadinho, fue una calamidad pública a nivel social, ambiental y económica. Lo que sorprende (o no) es la inactividad de los gobernantes y del propio conjunto de ciudadanos a nivel nacional en la exigencia por un mayor control de las actividades potencialmente contaminantes a favor de ganacias económicas para unos pocos. Solo se escuchan las voces de los afectados.
Pero eso es una historia que nosotros conocemos. En nuestro partido, los propios habitantes y turistas se dividen entre cuidar el medioambiente y generar lucros. Vemos todos los años como los turistas se quejan de que cada año las playas y calles están más sucias, hay menos playa y la gente anda con los cuatri a todo lo que dan. Pero son los primeros en tirar colillas de cigarrilos en la playa, dejar la basura colgada de un árbol y bajar… a la playa en auto. Lo mismo se aplica a los residentes: nos quejamos del turista, de lo que no se hace, de lo que se hace mal. Pero al mismo tiempo, muchas veces ni siquiera colaboramos con aquellos que sí hacen. Hace un tiempo, Dario de “Yo amo mi playa” mostraba como un cartel de campaña ambiental hecho a pulmón fue pintado y utilizado para hacer propaganda de una peluquería en Mar del Ajó. Ni siquiera respetamos a quienes sí quieren hacer algo activamente.
¿Qué nos enseña Brumadinho, entonces?
Primeramente, lo obvio: no hay ganancia económica que justifique la destrucción ambiental. Sin ambiente, no hay ganancia. Sin ambiente, no hay vida. Segundo, nos advierte que la pasividad ciudadana tiene su precio. En el Partido de la Costa vemos todos los días como el propio municipio destruye nuestros médanos, yendo en contra de la propia Constitución Nacional y su artículo 41 que nos da el derecho a utilizar los recursos naturales pero también, nos obliga a cuidarlos para las generaciones futuras y sin embargo, poco hacemos por detener este que también es un crimen ambiental. Federico Isla, el investigador del CONICET que siempre mencionamos, viene adviertiendo sobre la pérdida de playas en nuestra región y seguimos permitiendo que arrasen con nuestra fuente principal de ingresos. Tercero, Brumadinho (y Mariana) nos avisan que después…después no existe. Si no empezamos a reaccionar contra el atropello de nuestros propios gobernantes al no insistir en que se establezcan políticas ambientales que nos protejan y protejan al medioambiente ahora, en unos años puede que ya no nos quede más que lamentarnos.
Es probable que nunca veamos una tragedia tan grande como la de Brumadinho en el Partido de la Costa. Pero no por eso debemos pensar que no podemos ver una tragedia igual de triste: un Partido de la Costa abandonado por falta de turismo y degradado por falta de acción ciudadana y estatal.