Juan duerme. Pasa las noches sobre un banquito de madera en los pasillos del nosocomio local, ronca entreverado en descoloridas sábanas viejas, o enroscado en alguna frazada caritativa que apenas si logra frenar el chiflete de frío que recorre el lugar.
Tal imagen está inserta, interiorizada en la cotidianidad de quienes transitan la institución. Y no sorprende a nadie. Ya es, digamos… parte del paisaje.
Nuestro Loco
Le apodamos “El Loco”. se lo decimos más bien desde un lugar de cariño, sin animosidad despectiva. Por las mañanas, al despertar, sus estados de ánimo varían aleatoriamente. Los refleja en sus charlas con vaya a saber quién, o quiénes, o qué. Hay enojos, peleas, insultos, risas, gritos, agradecimientos, chistes, recuerdos lejanos o profundas reflexiones y frases.
A pesar de encontrarse absorto en su colorido mundo mental, no pierde contacto con lo que nosotros, “los locos útiles”, llamamos realidad. Nos saluda, nos registra, nos recuerda… nos recuerda cada mañana que nosotros no podemos ser nosotros sin “el otro”, porque al fin y al cabo ¿qué duda puede caber en el hecho constatable y cotidiano que reafirma que EL OTRO TAMBIEN SOY YO?
Enrique Pichon Riviere, uno de los padres de la Psicología Social, nos hablaba de la importancia en la constitución y reconstitución de los lazos sociales, del reconocimiento humano hacia las personas que nos rodean, el diálogo, la charla como ligazón en el ámbito de la vida diaria. Concepto que fue aplicado, junto a sus técnicas y grupos operativos, con muy buenos resultados en los manicomios, en busca de mejorar la calidad de vida de aquellas personas en calidad de encierro debido al padecimiento de ciertas patologías mentales, y en pos de la desmanicomialización.
Inclusión inconsciente
En relación a esto puedo decir que, inconscientemente, habita aún en las costumbres del pueblo costero la aceptación e integración social de nuestros queridos “locos”. No somos conscientes del gran apoyo que brindamos cuando pasan a integrar parte de la representación interna, colectiva, en nuestra cotidianidad y realidad. “Realidad” ésta, la que con sus pesares y alegrías nos exige al menos una porción de coherencia para continuar en la rueda funcional, aunque a veces sospechemos que todo sea una gran ficción en donde nosotros, meros actores de reparto, quedamos in-visibilizados en nuestra ya ofuscada individualidad.