Según la Organización Mundial de la Salud, el ruido está afectando nuestras vidas de diferentes formas: desde la pérdida de audición a problemas psicológicos como irritabilidad, estrés y agresividad. ¿Quién no se ha enojado con el vecino que pone la música a todo volumen y quedó estresado todo el día, inclusive después de que la música se apagara? Pero al final, es algo con lo que ya convivimos y no nos sorprende.
Esto es porque también según esta organización, no solo nos hemos acostumbrado a tolerar lo intolerable como también nos hemos acostumbrado a producir ese ruido que nos molesta.
Para que no nos afecte tanto, el ruido no puede superar los 65 decibeles durante el día, más o menos como una aspiradora funcionando. Y durante la noche, no puede pasar los 55 decibeles, lo mismo que el ruido que genera una conversación tranquila en el comedor de tu casa. Sabemos que esto no es así; basta con ir a la playa y presenciar el flagelo de los parlantes que compiten entre ellos a ver quién toca más fuerte. O estar cerca de cualquier bar costero que pone música en vivo y no le interesa el vecino, el que está adentro (porque en definitiva, el que va quiere disfrutar, no quedarse sordo) o cualquier norma de convivencia.
En nuestro municipio, la ordenanza 2021/98 regula la cuestión de la contaminación acústica. Como toda ley que no se aplica, en el papel queda en la nada. El avioncito haciendo la propaganda, el barcito que nos hace escuchar su banda hasta altas horas de la noche, el balneario que clava el parlante en la arena y espanta cualquier intención de disfrutar de la naturaleza son absolutamente controlables. Sin embargo, además de andar buscando algún lugarcito en playa libre de ruido en forma de parlantes, tenés también que estar escapándote del ruido innecesario de estos lugares.
¿Qué hacer ante esto? ¿Es posible realizar un control real sobre el ruido?
La Municipalidad de El Quisco en Colombia, decidió en 2019 multar a las personas que llevaran parlantes a sus playas. Con el eslogan “Deja disfrutar a los demás de la tranquilidad de la playa” y “no impongas tu música a los demás”, comenzaron una campaña contra la contaminación acústica. Habrá gente que los lleve de cualquier forma; otros lo pensarán dos veces y los dejarán en casa. Ahí ya dependerá de la voluntad del propio municipio en controlar la prohibición. Pero es un paso.
Sobre los balnearios, bares y boliches, es muchísimo más sencillo. Aquí realmente es cuestión de control real.
Con respecto a las casas, propiedades privadas en las que la policía no tiene injerencia, cuando uno llama al 911 te dicen que no pueden hacer nada. Infelizmente, es verdad. Solo pueden acercarse y pedirles que bajen la música. Pero ya sería algo. A veces hay gente que simplemente no se da cuenta.
El gran problema de la actualidad es que nos hemos acostumbrado a la individualidad y a ocupar el espacio. Con televisión, con redes sociales, con ruido. Y nos es muy difícil pasar tiempo con nosotros y con los otros, reaprender a convivir, respetar las normas de convivencia. Porque en definitiva, todo se resume a esto: el ruido es una forma de mostrarte, de hacerte ver, de marcar tu territorio. De hablar más alto que el otro. ¿Convivir con el otro? Bien, gracias.
Cuando hablamos de medioambiente, hablamos también de reconocer al otro y aceptar que existen normas de convivencia: desde no destruir el hábitat natural de nuestra fauna costera con tu cuatriciclo hasta respetar a tu vecino con el volumen de la música.