El mundo cambió. Ni siquiera los más negacionistas pueden negar esto. Hoy, vivimos en cuarentena, saliendo solo para hacer algunas compras o realizar algún trámite necesario. No nos abrazamos con otras personas que no sean con las que convivimos. Ya no damos besos ni compartimos mates. La virtualidad se ha transformado en regla. Y a pesar de que poco a poco la rigidez con la que realizamos este aislamiento preventivo obligatoria se va a flexibilizar, hasta que no haya una vacuna o todos estemos inmunizados, la cosa no parece que va a cambiar mucho.
Una pandemia como esta hace repensar muchos aspectos de nuestras vidas: desde cómo consumimos hasta como producimos. Desde cómo usamos nuestro tiempo hasta cómo no lo usamos. Y sí, también cómo vacacionamos.
El Partido de la Costa como ya hemos dicho muchas veces es una región cuyo único ingreso económico depende del turismo. Exclusivamente del turismo. Pero no de cualquier turismo sino del turismo que los investigadores han llamado de “turismo de sol y playa”. Son personas que vienen únicamente a disfrutar de la playa. No les interesa conocer algún museo del Partido de la Costa. O visitar centros culturales. Les interesa tirarse panza arriba al sol y meterse al mar. Por eso todo lo que sucede en nuestro municipio a nivel económico tiene que ver con este tipo de turismo: comercios de venta de souvenirs, de comidas rápidas, restaurantes, en los últimos años cervecerías, de juegos electrónicos para los chicos, almacenes, heladerías. Algunos de ellos están firmes y fuertes durante el año. Otros vienen solo para la temporada. Otros pocos intentaron permanecer durante el año pero la mayoría vive de lo que gana en la temporada y después pasa el invierno: nadie tiene para gastar mucho.
¿Y qué va a pasar esta temporada?
No lo sabemos. O sí. Si inclusive después de declarada la cuarentena la gente continuaba viviendo a la Costa, las personas vendrán durante la temporada. Y si la situación continúa sin respuesta, probablemente veremos un aumento de contagiados. Pero eso no lo sabemos todavía. Lo que sabemos es que luego de este terrible período económico, los costeros y los que vienen a explotar el verano intentarán recuperarse a como dé lugar, inclusive si eso implica exponerse al contagio. Van a trabajar cómo puedan en lo que puedan para aprovechar la temporada.
Y probablemente a nadie le importe ir atrás del tipo que anda en cuatriciclo en la playa o el que quema la basura en la puerta. Mucho menos le vamos a decir algo al que saque almejas. Vamos a estar todos desesperados intentando agradar a los turistas para que nos dejen unos pesos.
Así como una región es más resiliente cuanto mayor biodiversidad tenga, nuestro municipio también sería más resiliente si diversificara en sus actividades productivas. La resiliencia, esa capacidad de responder, de adaptarse a una situación adversa, está en falta en nuestro municipio desde siempre. En todas las columnas que mencionamos esta capacidad imaginábamos un escenario consecuencia del cambio climático como sudestadas o desaparición de las playas. Nunca imaginamos una pandemia pero sirve de excelente y triste ejemplo real para entender esta palabrita tan importante.
El arquitecto y magíster en Gestión ambiental Juan Carlos Mantero describe muy bien la situación de nuestro municipio al hablar del “monocultivo del turismo”, es decir, que la única actividad productiva sea el turismo y agregamos, el turismo de sol y playa. Dice:
En palabras simples, cuando hay una crisis, cuando hay una situación adversa, el turismo, una actividad de la que las personas pueden prescindir cuando no tienen plata, que pueden ser administrables en tiempos de crisis (o sea, si no tengo plata, me voy 5 días en vez de 15) y cuyo interés puede varias, queriendo decir que los turistas pueden elegirnos hoy pero debido a la competencia de otros lugares tal vez más baratos o más exóticos pueden no elegirlo, el turismo como actividad principal se ve severamente afectado. Nuestra principal fuente de ingresos disminuye considerablemente.
Ser resilientes es dejar de ver a nuestras playas como el único bien ambiental, el único factor de explotación económica. Es empezar a diversificar. Porque cuando hablamos de ambiente, también hablamos de economía. Hablamos de cómo nos sustentamos en una región muy golpeada por las faltas de políticas ambientales. Hablamos de ser adaptables.
No sabemos lo que nos espera pos COVID-19. Sí sabemos que es un excelente momento para repensar la economía local y dejar de sobreexplotar nuestras playas para darle a los costeros la oportunidad de expresarse y ganarse la vida a través de actividades sostenibles en el tiempo que no dependan exclusivamente del turismo. Aprovechémoslo.