Así como sucede con el dólar y sus diferentes valores, ahora también el Gobierno kirchnerista-albertista –que con el mismo ordinario rigor axiológico se denomina Frente para la Victoria o Frente de Todos, para esconder lo que pareciera ser considerado por sus mismos protagonistas, a esta altura, una afrenta denominativa: peronismo– engendró una variable para la información. Sopesada en la báscula de la cotización según la vara de la conveniencia o no para el poder institucional, creó el Observatorio de Medios. Organismo de control, para ponerle un cepo, si amerita, a toda aquella noticia que no se adapte a la versión oficial.
¿Bajo qué pautas intelectuales el Gobierno considerará qué es una información verdadera y una falsa?
Simplemente, bajo la óptica de sus intereses, ni más ni menos. Es decir, el “miente que algo quedará” goebelleano se consustanciará en la única verdad posible. Por otra parte, dándole marco a una exampla sujecionadora impuesta por su líder, Juan Domingo Perón, sobre que la “única verdad es la realidad”. Y ésta es, definitivamente, la que va a determinar el mismo Gobierno, incluso ayudado por la distópica nueva normalidad.
“Nunca más libres que ahora”, decía el filósofo existencialista Jean Paul Sartre, en plena ocupación nazi. Valga la expresión, entonces, para hacerla valer en la praxis en este país traspasado por el silencio y la sumisión, como todo un símbolo de propuesta desafiante. Sobre todo, giro inexorable que debe ser asumido por los medios de comunicación que se precien de ser algo más que repetidoras de las necesidades del poder. Un desafío que invoca a la asunción de bellos y épicos riesgos, mientras el Gran Hermano enfoca sus cámaras buscando juzgar cada palabra que se emita. Un Gran Hermano que tiene a una fraterna putativa en la gerencia del control: Miriam Lewin, quien dice ser periodista, aunque prefirió convertirse en una sicaria de prensa al servicio de la inexistente verdad objetiva que pregonan sus patrones gubernamentales.
¿Qué es la información, sino poco más que una parte de la comunicación que no exige respuesta o actitud dialógica por parte del o los interlocutores? ¿Qué sería si no hubiesen existido los grandes maestros del periodismo que nos legaron la enseñanza de desgranar a la información en sí misma y convertirla en información para sí, en busca de la interpretación y de una lectura más profunda y colocada en la vara sociocultural? ¿Qué destino le cabría a la información si solo fuera un burdo acto recreativo y no se le estuviera permitido el acceso a ser filtrada y purificada por el tamiz de la conciencia crítica? Un engaño, una trapisonda; al menos, una parcialización a la que la falta la subjetividad para volverla más cercana a un todo.
Una soez acción más proclive a la propaganda que a la prensa.
Los controladores del tipo de cambio informativo pretenden dejar de lado, como ocurre con todas las causales que llevaron a estas consecuencias, a manera de tergiversar la realidad impelida, que la información nace de una noticia y que su partera es la comunicación. Noticia que es objetiva en su útero, pero que una vez salida de ese lugar de confort se subjetiviza. Primero a manos de quien la pone en vida dándola a conocer socialmente (comunicación), y finalmente cuando se materializa detalladamente (información). Indefectiblemente este último paso es el que debe, por compromiso del emisor y luego por el del receptor, estar motivado por la capacidad analítica e interpretativa, con el horizonte de catapultarlo en la comprensión enriquecedora. Por ejemplo, ¿qué sería si creyéramos que toda información emanada desde un ente oficial fuera inequívoca y única como certeza? Entonces, deberíamos entender, sin posibilidad de objeción y menos confrontación con la realidad, que el precio de la lechuga subió por la sequía, que los aumentos en los servicios públicos obedecen a un retraso en sus valores, que el alza en los combustibles se debe a la equiparación con los precios internacionales (por otra parte, como si comparar el estándar de vida de Suecia o Alemania fuese pertinente con el de la Argentina o Timor Oriental) y que con los últimos incrementos salariales o en los haberes jubilatorios se le ganó a los índices inflacionarios, sin tener en cuenta, de ser así -algo impensado y difícil de asumir-, que los mismos no alcanzan para poder acreditarse de lo necesario sin ningún tipo de dificultad y contratiempo.
Es tarea indisoluble tomar a la información para sí, con el fin de poder evaluarla. Y para ello se necesita imperiosamente de la herramienta realidad. De otro modo, la información es simple acumulación de palabras hilvanadas en frases que redundan en definiciones estertóreas. Pero ante todo, no puede haber control o sesgo que se le requiera imponer. Menos, variables de cambio, pues la información es sólo y solo sí uno de nuestros emblemas de más preciada libertad. Que nace en la urgencia innegociable de la comunicación de sucesos como emblema humano y culmina en la aceptación o la crítica de la misma, según su envergadura.
Si la única lucha que se pierde es la que se abandona, la única información que se precie de libre no posee tipo de cambio. Ni aunque a la información de cotización oficial se le ocurra ponerle cepos para desalentarla.