Esta semana estuve escuchando los podcasts de dos sitios que me gustan mucho: por un lado, La Vuelta al Mundo, sitio web cuyo contenido es producido por ambientólogos formados o en formación y Ahora qué, otro sitio inspirado en este producido por (como se presentan) un economista, una casi bióloga y una casi licenciada en Ciencias de la Atmósfera. En estos podcasts se tratan de temas variados: desde conceptos básicos referidos a las ciencias ambientales a explicaciones desde lo ambiental de la desigualdad social, de cómo comemos, cómo producimos y qué podemos hacer para que el futuro no sea (tan) sombrío.
Escuchando estos audios, una cuestión quedó clara: el ambientalismo no es un tema de unos pocos. Que lo tratemos así es uno de los principales problemas que tenemos.
Uno de los temas que discutieron las ambientólogas de La Vuelta al Mundo era por qué al ambiente siempre se lo deja como el último orejón del tarro. Siempre que se habla de la situación socioeconómica del país, jamás se menciona al ambiente como una problemática transversal a esto. Y hablan de cómo la famosa pirámide de Maslow, esa que habla de la jerarquía de necesidades que tiene el ser humano, debe ser urgentemente repensada.
¿Qué dice Maslow?
Maslow propone una pirámide en la que en su base tenemos las necesidades fisiológicas como respirar, alimentarse y descansar. Encima, la seguridad entendida como seguridad física, de empleo, salud, de recursos, de propiedad privada y de familia. Luego viene la referida a la afiliación como amistades y afectos. La anteúltima es la del reconocimiento como confianza, respeto, éxito y finalmente, la autorrealización como la resolución de problemas y ser creativo entre otras.
¿Y el ambiente?
El ambiente debería ser transversal a todo esto. Ninguna pirámide puede sostenerse sin justicia ambiental. Sin acceso al agua por ejemplo, la base de la pirámide se cae. Sin territorio para ejercer nuestro derecho de una vivienda donde criar a nuestros hijos, no tenemos seguridad. ¿Cómo desarrollar relaciones saludables con otros cuando estás pensando en sobrevivir viviendo en un lugar donde ha dejado de llover por los desmontes? Nada de esa pirámide puede sostenerse sin justicia ambiental. Y por eso, el ambientalismo no es algo de unos pocos.
El ambiente y el ambientalismo jamás deben ser considerado algo de elites inclusive (o mejor dicho porque vivimos) en un país donde más de la mitad de chicos menores de 14 años viven en la pobreza. El ambiente es transversal a esto. El ambientalismo es de todos. Escuchamos todo el tiempo a las personas decir que en vez de preocuparse por los árboles, los ambientalistas deberían preocuparse por estas cuestiones, que están más preocupados por los transgénicos que por los niños en situación de vulnerabilidad.
Pero el ambientalismo no es de un grupo de elite. Fabián Tomasi, quien expuso la tragedia de los agrotóxicos a costa de su vida, no era de un grupo de elite. Era del grupo de los afectados. Ana Zabaloy, la maestra rural que luchaba contra los agrotóxicos y también murió a causa de esto, tampoco era de un grupo de elite.
Cuando entendamos que el ambientalismo es de todos, tal vez las críticas se cambien por acciones. Porque como mencionamos en otra columna, la frase adjudicada a San Martín “sin propuesta, no hay crítica” se aplica perfectamente a esto. Si no te gusta cómo se hacen las cosas, siempre tenés la oportunidad de participar de la manera que a vos te parezca. Pero pensar que el ambientalismo es de unos pocos, es comodidad e ignorar la lucha de todos aquellos que dieron su vida para que tengamos un futuro menos sombrío. De todos aquellos que de forma voluntaria le quitan tiempo a su familia, a sus trabajos, a su vida personal para dedicarse a una causa que nos compete a todos. Nadie te pide que te juntes, todos tenemos nuestras luchas personales. Pero la crítica sin propuesta no suma.