Para qué inmiscuirse en detalles, si la causa es una sola y las circunstancias bifurcan, confunden, se apropian, se acomodan al antojo de las clases dominantes. La patria, ésta, es un eslabón más de la cadena autoritaria que nos ata sin explicaciones. Patria, ¿qué patria? ¿La recalcada patria que nos inventaron para hacernos sucumbir a su lógica, o la que aún debemos refundar bajo los postergados principios libertarios?
En el correlato de la patria, los balcones y los patriotas son emblemas, símbolos patrios, de una nación parida en palacio.
Una patria tiene memoria de sueño de patria.
Y así se funda. A los golpes, a las luchas,
a la ya no hay manera de evitarla,
más allá de los virreyes y más acá de los demócratas.
Una patria tiene memoria de aborigen,
de terruño sin fronteras, a pesar de lo caprichoso del atlas.
Una patria, esta patria, creció desde las muertes coloniales
y se atravesó de sumisiones.
Primer gobierno patrio pero no tanto,
pues la patria presta servicio real escondida
en una junta criolla que no escatima su lujuria de corona.
Y así comienza esta historia delimitada, con el pueblo
en las calles y los patricios bajo techo.
La patria necesita de una bandera, un himno,
una escarapela, dicen los patriotas.
Y ahí van Vicente López, Belgrano, French, Beruti
y más allá la inundación.
La patria consuma sus colores y sus elementos de moral
y a partir de allí le anexa constitución.
Mientras, el pueblo sigue en las calles observando,
discutiendo, debatiendo, siempre afuera.
Los patriotas, tan incansables en su vocación de patria,
tan viciosos, comienzan a relacionarse en grupos,
a puro grupo. Unitarios, federales; azules, colorados;
húsares, pretorianos; caudillos, adalides; militares, civiles.
De los balcones a sus casas y de sus casas a los sillones.
Y llega Rivadavia con su destino de hoja de carpeta,
de epónimo de avenida más larga del mundo,
para avalar transgresiones obedeciendo dictámenes de la corona.
La patria, esta patria,
sensibiliza su sucesión de insultos y de presidentes.
Mientras tanto, el pueblo el mismo, antropológico,
continúa en las calles, ya no sólo discutiendo, sino exigiendo.
La patria toma forma de patria hecha a la medida de sus cultores.
Semanas trágicas, golpes de Estado;
Quebracho, Patagonia Rebelde, más golpes de Estado;
enmiendas, reclamos, revoluciones libertadoras;
idas, venidas, llegadas, dictaduras;
mundiales de fútbol, Malvinas, más dictadura;
desapariciones, asesinatos, imposiciones económicas
decididas por quienes dejaron fundar aquella patria soñada por los patriotas, un poco de picana eléctrica;
reafirmaciones patrióticas consumadas y orden de largada
para una nueva democracia con el mismo aroma a colonia barata
de antaño que costó cara, pero ya desgajada del peligro de apátridas,
y siguen las represiones.
La patria se incluye, entonces, como sorpresa en los huevos de pascuas; se pinta la cara, juega a las escondidas,
huye por la ventana hasta quedar patilluda.
Se afeita, se peina, juega al fútbol, al básquet y al golf.
Se privatiza, se enerva, se puede.
La patria pide permiso a su patria,
vota sin solución de continuidad y sin solución.
La patria, esta patria, desocupa, desalienta,
diciembre trágico que descarrilla a un cómico.
Helicópteros, furia, pueblo en las calles.
Por el bien de la patria los patriotas se unen,
defienden a su patria de intereses rebeldes
urdidos por los subalternos de esa patria que supieron conseguir.
Letanías de patriotas se suceden sin saber qué hacer
con la patria, hasta Kosteki y Santillán
y un poco más otra vez la inundación.
La patria vuelve a mutar sin perder ese olor a colonia de patria.
Es este ahora cuando los patriotas, éstos,
descuelgan cuadros, rearman cuadros,
enmarcan fotografías de juventud,
sin perder ni un ápice de esa gestualidad patriótica
que los identifica con su patagónico pasado de La Anónima,
los hoteles españoles, los campos ingleses y Julio Argentino Roca.
Patriotas urbanos, patriotas rurales, discuten sobre las porciones de patria alambradas que desean retener.
Pingüinos y vaquitas vestidas de celeste y blanco
que son nuestros colores, también, aunque parezcan lejanos y ajenos.
Patria subpatria del Fondo Monetario
y de la PROgenie improcedente de PROpatriotas.
A todo esto un corte de luz se abate en la patria,
en esta patria chica de marea y mareada,
interrumpiendo la prosecución de la ínfula enunciativa
de este texto que pretende ser expresivo como un apátrida.
Claro que en definitiva las oscuridades
de este algo más de bicentenario forman parte de ese orden lógico de patria, sin excusa del correlato.
Patria hecha a puro escozor de patriotas, siempre consultivos, serviciales, disciplinados, con sus roles representativos de aquella célula patria que firmó el decreto de liberación
endosado a un cheque sin fondo con póliza de seguro contra apátridas.
Patria que se va consumando
y consumiendo desde el mismo día de su nacimiento.
Patria de manual, que tiene sus patriotas diseminados
para recrearla en los medios de comunicación, los colegios, las iglesias, las imposturas burguesas, los billeteras oligarcas,
los comités políticos, atravesando con su discurso de liceo
las conciencias y la etimología de la palabra patria.
Patria que de a poco va restallando en el cardo popular,
que la entiende barrio, que la canta tango o chacarera,
que la avizora pueblo, que la presiente propia,
a pesar de los patriotas y los himnos.
Patria que se funda como la nuestra es patria que deberá fraguarse,
como la libertad individual de los desheredados manden.
Es decir, que se prenda fuego la patria,
que arda, que se reformule, se refunde,
con la bella urgencia de una manumisión sin concesiones.
Concibiendo el pasado, revolucionando el presente
por una verdadera patria liberada de todo escalafón de patriotismo.
Y que todas las nuevas patrias, bellas, contenedoras, justas, sean una sola hasta lograr prescindir de su burda categoría de noción de catastro y nos identifique en lo maravilloso del vínculo afectivo.
Ese día, entonces, habremos sido enteramente libres.
Hasta de las etéreas y absurdas patrias.