Chacarita quedó eliminado en su presentación en la Copa Argentina, tras caer 2 a 0 ante Talleres (Córdoba). Más allá de un encuentro de fútbol en sí mismo, es inexorable hablar del contexto cultural que rodea a este deporte que alguna vez fue un juego. La violencia institucionalizada volvió a imponer su impronta maltratando a los hinchas, desde Buenos Aires a La Rioja.
Por Gustavo Calle
Para comprender los efectos, inexorablemente hay que remitirse a las causas. De otra manera, jamás llegaremos ni siquiera a esbozar premisas valederas y mucho menos conclusiones relativamente cabales. Chaca, a pesar del sinfín de conjeturas que se puedan transpolar consumada la derrota deportiva (en definitiva, algo que era probable), comenzó a perder este partido por la primera fase de la Copa Argentina desde el mismo momento en que la organización dispuso, en el marco de decenas de rodeos y amagues administrativos, que La Rioja, un martes 6 de junio, a las 14, iba a ser el escenario del encuentro. Y no porque su rival, Talleres, no haya sufrido de estas dilaciones, pero de Córdoba a La Rioja el trayecto es mucho menor en extensión al que tuvo que recorrer el equipo de Aníbal Biggeri, por ejemplo. A partir de aquí, el periplo previsible, en un mundo donde la posverdad y el despropósito se imponen por sobre incluso cualquier otra distorsión de la realidad.
Micros, particulares, peñas, que partieron desde distintos puntos del país -sobre todo desde San Martín y provincias cercanas al epicentro del partido- para acompañar a este equipo que hoy despierta interés como hace mucho tiempo no sucedía. El peregrinaje estuvo plagado de inclemencias, desde la ruta misma y hasta las puertas del estadio. Controles policiales, maltratos a los hinchas y demoras inconcebibles y arteramente urdidas. Corolario: ingreso, de una buena parte de los espectadores funebreros al estadio, a los 30 minutos del segundo tiempo obedeciendo a estas imposturas. A partir de aquí, las soeces retóricas de casi siempre (sobre todo por parte de los simplistas comunicadores de los medios televisivos convencionales, en especial, como es costumbre, del mercantilista a destajo TyC Sports). Es decir, la violencia clasificada pseudointelectualmente y connotada en los barras y en el fútbol mismo. El “olvido” imperdonable de esta acrítica, conveniente y ligera aseveración disfrazada de elucubración de arte mayor es la crueldad. La misma que genera la violencia posterior casi ineludible. La crueldad desarrollada a lo largo de los más de 1000 kilómetros de recorrido que separan San Martín de la ciudad capital de La Rioja. Tramo a tramo, ruta a ruta, provincia a provincia. Lejos de pretender justificar la violencia, al menos saludable es entenderla, analizarla, concebirla y finalmente combatirla. ¿Cómo? Reitero, de la única manera posible: enumerando las causas. De otra manera, en el mejor de los casos, sería sólo conjeturar sobre la práctica de un ejercicio keynesiano, reformista. Y a esta altura de la realidad, no alcanza para ponerle fin a estos designios culturales que no son propios del fútbol, sino que tiene como víctima al sujeto social (llámese, en este ámbito, hincha, simpatizante, futbolero).
En medio de todo esto se disputó un partido de fútbol que Talleres ganó con justicia, sin sobrarle demasiado, pero demostrando el por qué hoy por hoy es uno de los dos mejores equipos del fútbol argentino. Chaca expuso en la cancha su idea sin traicionarla, más allá de la diferencia de categoría, de presupuestos económicos y de nombres, pero esta vez no le alcanzó. Y no tanto porque su rival impuso fácticamente su superioridad (salvo en pasajes del partido, sobre todo en la primera media hora de la etapa inicial), sino porque se sabe teóricamente superior. Y lo demostró.
Como parte ineluctable de su idiosincrasia el fútbol excede con evidencia lo que ocurre en un rectángulo de juego. Porque es más que un juego convertido con el tiempo en deporte: es una de las expresiones culturales más identificatorias y una metáfora de cómo vivimos. Con todas sus inequidades a cuestas. En este último derrotero, lejos de apelar a la victimización melodramática tribunera, Chacarita se ubica, con respecto a otros clubes más poderosos, en la base piramidal. Vamos, no resulta extraño, entonces, que la derrota futbolística se haya comenzado a consumar en el mismo vestuario de la vida en que andamos, mucho antes de calzarnos los botines.
CLAVES DEL PARTIDO
*Por algo Talleres es de Primera. La diferencia de categoría entre uno y otro plantel es indiscutible (y no es menoscabar el buen fútbol que como idea pregona Chaca). Hoy, los cordobeses, junto a River Plate, son uno de los mejores equipos del fútbol argentino. Impusieron su supremacía, usufructuando los errores en defensa del Funebrero en los primeros 30 minutos, y con ello les alcanzó.
*Los de Biggeri no desentonaron. Luego de un comienzo dubitativo, en la segunda parte, sobre todo, Chaca generó algunas situaciones muy claras para convertir. Incluso, dos de ellas impactaron en el travesaño. Algunos dirán que el Funebrero creció porque Talleres reguló. Irresponsable sería desestimar esa posibilidad, pero también hay mucho mérito propio.
*Zanini y Perdomo. Dos de los puntos más altos del equipo, nuevamente. El central, cada vez más émulo de Gamboa, creció en la segunda mitad quedándose con muchos de los ataques rivales. Lo de Puchi ya es reiterativo: abanderado indiscutible de Chaca. Incluso, casi marca un gol, pero el travesaño se lo impidió.
*Un plantel con escasas variantes. Biggeri logró conformar, con poca cantidad de futbolistas, un grupo bastante homogéneo. Es indisimulable que faltan variantes, sobre todo en la zaga central, en el centro del mediocampo y en ofensiva, pero es irreprochable los resultados obtenidos hasta el momento (y no sólo por las victorias).
*Los puntos positivos de la derrota. El regreso al arco, sin mucho trabajo, de Federico Losas (no creo que haya tenido injerencia en el primer gol de Talleres) y en algunos momentos del primer tiempo el buen fútbol desplegado por Nicolás Gómez, hasta que al parecer se agotó.