Ayer, el pasaje del invierno de Álvaro Alsogaray. Hoy, esta temporada estival en el Partido de la Costa que no es ni más ni menos que el condicionante de los mandatos políticos, económicos y, ante todo, culturales.
Por Gustavo Calle
Mucho se habló antes, durante y en este casi cierre de la temporada veraniega. Las incertidumbres en cuanto al ingreso de turismo y hasta qué punto el poder adquisitivo diezmado por la sistemática depreciación económica iban a incidir resultaron los temas que mayores controversias generaron. Lo cierto es que más allá de subjetividades en cuanto a números, los problemas de los últimos años en el Partido de la Costa se acentuaron y, como es penosamente habitual, quedaron relegados a un segundo plano. Cortes continuos en el suministro de energía eléctrica, servicio de agua potable casi nulo, ciudades que no están preparadas para el tránsito (sobre todo de vehículos de porte, como micros), la cada vez menos extensión de franja playera (se sigue depredando y extrayendo médanos sumados a la profusión de balnearios privados), carencias –sobre todo de personal- en el ámbito de la salud pública y los abusivos precios en la venta ambulante en playa, por verbigracia, fueron algunos de los ejes reiterativos de otro verano costumbrista por estos motivos (entre tantos otros) en el orden local.
Las dos caras de la temporada
Sensaciones encontradas
Para lo que a un sector de residentes resultó una “temporada regular y atípica”, reflexión basada principalmente en un bajo consumo por parte de los visitantes, y para otro rango, un desarrollo similar al de los últimos años -incluido el período acotado de días vacacionados-, lo cierto es que el balance estos dos primeros meses del año no distó demasiado con respecto a lo ocurrido en los últimos tiempos. Más allá de los odiosas, engorrosas y acomodadas estadísticas manejadas a su antojo (y al del Gobierno local) por el recientemente renunciado extitular de Turismo, Guillermo Favale, las características generales del actual período estival no son más que un evidente signo de lo que se venía desencadenando en lo últimos veranos: la acentuación de una decadencia (en todo sentido) que forma parte ya de nuestro acervo cultural acríticamente introyectado. Difícil fue esperar que algo diferente sucediera, más allá de un nominal cambio de gobierno a nivel nacional que sólo sirve para profundizar males.
Prescindiendo de “numerologías oficiales” (de uno y otro bando político sectorial), ¿cuál es el sentido de hacer hincapié en si hubo mayor, igual o menos cantidad de turismo y consumo? ¿De qué sirve tejer porcentajes más ficticios y direccionados que reales? En verdad, lo acontecido durante la temporada estival no es más ni menos que la versión “en ojotas” de este inaguantable proceso inflacionario y decreciente poder adquisitivo que, por supuesto, no conoce de estaciones. De hecho, ¿bajo qué conceptualizaciones y mínimo rigor intelectual se podía presuponer que el presente verano en La Costa iba a diferir de los condicionantes de la vida en que andamos? Nada forma parte de un azar y menos de un milagro (al menos en la imposibilidad de materialización de éste en su carácter de terrenal). La temporada, con sus más y menos, se avizoraba así, de esta manera, por destino propio. Destino que fue forjado y forzado por distintos modelos políticos para satisfacer y fortalecer a un modo de producción que tiene previsto este tipo de siempre prefinales.
De poco y nada servirá el lamento, las quejas o los conformismos. Indefectiblemente, ya los veranos “no salvan”, máxima en vías de extinción (si no ya extinta) dentro del oráculo retórico costero. Simplemente –y pido se dispense la reiteración- debido a que los continuos y previstos despropósitos de los autoproclamados “nuestros representantes” que rigen nuestras dóciles vidas no conocen de estaciones.
CLAVES DE SOL, PLAYA Y UN DESPACHO
*Uno se fue y el otro llegó. Desde que asumió su cargo, el pasado 10 de diciembre, el ahora extitular de Turismo costero, Guillermo Favale, no se cansó de declamar con vanagloria poseer un proyecto para un supuesto crecimiento turístico para todo el año, que no excluyó el histrionismo mediático “invirtiendo” (entiéndase “despilfarrando”, como poco) en ligeras expresiones propagandísticas protagonizadas por colegas de su burdo desarrollo televisivo. ¿Motivos de la renuncia? Tan confusos, inentendibles, inexpresivos y mediocres, como el de las estadísticas veraniegas que emitió desde su cartera. ¿Su reemplazante? Cristian Escudero, exfuncionario del área de Desarrollo Social del gobierno de Alberto Fernández, involucrado en compras con sobreprecios de alimentos de “cuarta marca” destinados, supuestamente, a gente carenciada por mandato de su misma gestión.
*Las buenas. La ausencia casi absoluta de la estruendosa “música basura” en playas y calles. La presencia turística que apostó por el sosiego y la tranquilidad. La mucha gente que decidió no comprar a vendedores ambulantes en playa, por los precios abusivos y porque el sector supo ganarse la aversión del visitante, conociendo de éstos la relación con el poder político y económico, la explotación laboral profesada por un sector que manipula rubros y por los hechos de suma violencia que los tuvo como protagonistas (recordar el crimen del joven de 18 años en Santa Teresita, durante las fiestas de fin de año).
*Las malas. Falta de agua potable. Cortes de luz sistemáticos. Playas devastadas, sobre todo en zona Centro. Arterias intransitables. Carencia de planeamiento urbanístico en este último sentido. Escasez de personal (con sueldos de indigencia) en salud pública. Desmedidos y abusivos controles policiales y municipales. Mayoría de ofertas teatrales y de espectáculos con extremado acento pasatiempista, snobista y banal.