Salarios que no superan promedio los 200 mil pesos; jubilaciones de no más de 140 mil y categorías laborales de aborrecible orden escalafonario -como el rubro “destajista”, que percibe ¡80 mil pesos! mensuales por su labor- predominan en el desandar del Gobierno del justicialista Juan De Jesús, en el Partido de la Costa. También, personal con muchos años de antigüedad que aún continúa como “contratado”. Todos los citados, con haberes menores a un hipotético nivel por debajo de la indigencia. A todo esto, los gremios del sector actúan históricamente en condenable connivencia
Por Gustavo Calle(*)
El trabajo no dignifica: el trabajador es el que influye en este aspecto sobre su labor. Y vaya si esto lo saben los menesterosos trabajadores comunales del Partido de la Costa. La degradación económica y humana a la que los somete el Gobierno de Juan De Jesús -que se jacta de ser “peronista”- resulta inadmisible. Una mezcla de los modos de producción esclavista y feudal es acuñado y acunado por el capitalista poder hegemónico costero.
Bien vale efectuar un repaso vernáculo del cuadro de situación, desde la llegada de la democracia en 1983. Gobiernos peronistas (Juan de Jesús; su hijo, Juan Pablo, y el testaferro de ambos: Cristian Cardozo), con un intervalo de (in)gestión radical (Guillermo Magadán, uno de los hijos de un exintendente de la dictadura cívico militar: Arturo) son socios de las desdichas de los trabajadores, quienes con el paso del tiempo ven cómo sus salarios y condiciones laborales se pauperizan sin solución de continuidad. Hasta arribar a este hoy, en que bien podríamos atestiguar que los trabajadores del Estado local son indigentes, si los colocamos en la vara de lo que se les abona por sus tareas.
Claro que el Gobierno cuenta con la anuencia de los serviles sindicatos que nuclean al sector para llevar adelante su atroz decurso. Ambos, acompañados por los órganos de propaganda que asoman como medios de comunicación “independientes”, que recrean a diario las necesidades de sus patrones políticos, ante quienes supinamente se arrodillan a cambio de algunos billetes y permitírseles una aproximación, en sempiternamente rol de siervos, a los estrados del poder.
El feudo costero
Lo cierto es que siendo un municipio turístico veraniego por excelencia, que se vanagloria de recibir año tras año a millones de visitantes; que posee un presupuesto millonario en medio de una densidad poblacional escueta en cantidad y que desde sus apoltronados estamentos de poder lo señalan declamativamente como un distrito que ofrenda seguridad, tranquilidad y progreso, los trabajadores municipales son ciudadanos menos que de segunda. Sin lugar a dudas, esclavizar, inferir a la inequidad y generar constantemente urgencias y necesidades extremas se consustancian en el blasón más emblemático y certero del sometimiento y la sujeción. Como contrapartida, un sector de predominio político-económico se enriquece vil y desmedidamente a costa de quienes humilla.
No hay relato de la jerigonza que pueda ocultar la realidad. De nada sirve anunciar en vano y elípticamente insustanciales “mejoras salariales”, si éstas no alcanzan a cubrir las necesidades básicas. No se trata de montos, sino de bienestar. El Ser Humano no es un número -que en este caso es decimal-, sino un Hombre que merece, por derecho propio, vivir en armonía.
Destajistas, contratados, eventuales, y algunos permanentes son las clasificaciones tan singularmente taxonómicas en el orden laboral urdido por el Estado costero. Unidos, todos, en el desprecio y depreciación económica. Claro que también existe otra caterva, a la que mantiene en un supuesto cautiverio retórico aunque imposible de no visibilizar: nepotismo. A diferencia evidente de aquéllas, este clan sí posee un sobrevaluado sustento salarial (y “sicariamente” salarial, también) y trincheras de tareas específicas y bien equipadas.
“No hay relato de la jerigonza que pueda ocultar la realidad.”
Existe una máxima que refiere a que cada hombre debe percibir su sustento no por su tarea, sino por sus necesidades. Más que una utopía, una quimera. Sobre todo, en el Partido de la Costa. O mejor dicho: en quienes manipulan al distrito a su antojo y conveniencia.