Desde que empezó la cuarentena unas de las cuestiones de las que más se hablan es el acceso de propietarios al Partido de la Costa para ver sus casas y verificar que todo esté bien. Desde “no vivimos allá pero deberíamos tener derecho al voto porque pagamos impuestos” al “residente es quien se banca todo el año acá” hasta el “después no anden llorando que vayamos a salvarles el invierno el verano” he escuchado (y leído en redes sociales) de todo. Parece un eterno Boca- River costero: el residente vs el turista.
¿Pero por qué hace décadas estamos con esta rivalidad y esta problemática de turistas que consideran que tienen derecho a opinar sobre cómo manejar un partido en el que no viven y residentes que no quieren saber nada de que esto suceda pero dependen de esos a los que critican? Por una cuestión territorial. No me refiero a la demarcación territorial al estilo “a partir de esta línea es mi casa y a partir de esta es la tuya” sino a un ordenamiento del territorio costero.
¿Qué tiene que ver esto con lo que comentamos?
Sabemos que el territorio costero se fue moldeando conforme la demanda turística fue creciendo. En los excelente trabajos del Lic. en Geografía Rodolfo Bertoncello a través de décadas de investigación se puede ver cómo las construcciones no respondieron a un cuidadoso ordenamiento territorial sino a la priorización de los usos de la tierra por individuos que no tuvieron en cuenta al resto de la comunidad. Cada uno se hizo su casita (o varias) con el objetivo de alquilarla en verano o usarla para vacacionar. Así, a corto plazo obtenían sus lucros mientras que a largo plazo la cosa se ponía fea para todos. Para la década del 50, por ejemplo, casi el 85% de las tierras del hoy Pdo. de la Costa estaban incorporadas como urbanas para ser loteadas o construidas. No había gran ocupación efectiva, mostrando que lo que existía era pura especulación inmobiliaria. (Bertoncello, 1992). Y esto continuó a lo largo de los años. Durante la década del 90 en la que el Partido de la Costa vio un boom inmobiliario (cómo no recordar los dúplex que florecían como hongos en los terrenos baldíos) el crecimiento de la población residente costera fue 6 veces superior a otras regiones de la provincia de Buenos Aires. La construcción que pagaba en pesos transformables a dólares atrajo a un mucho inmigrantes y migrantes que echaron raíces en el municipio. Creció la población estable gracias al impulso ficticio de una economía ficticia que vivía de lo mismo que 4 décadas atrás: especulación. No hubo ningún plan de ordenamiento territorial. No hubo ninguna planificación en la ocupación del territorio. Como cuatro décadas antes.

Ya en la década del 2000 pos crisis 2001, la cosa cambió: el crecimiento fue apenas un poco superior al resto de la provincia y comenzamos a entender la verdadera crisis del Partido: un municipio que envejece y expulsa a sus jóvenes. Personas de más de 65 años eligen vivir en el Partido mientras los jóvenes, la fuerza productiva por excelencia, lo deja en busca de mejores horizontes.
Y la rueda continúa andando: sin jóvenes, no hay futuro. Y el único que nos queda es seguir explotando los bienes y servicios ambientales hasta que los agotemos. Seguimos construyendo casas que no serán habitadas. Seguimos usando el territorio de una manera desordenada y dañina.
La licenciada en Ciencias Ambientales Paula Galansino escribió una nota sobre ordenamiento territorial que deja clara la problemática de la no existencia de uno. Explica que cuando el ordenamiento territorial es una suma de acciones individuales, es decir, que no es planificada por un Estado que busca optimizar el territorio a favor de sus habitantes, se priorizan los beneficios individuales, se privilegian los beneficios a corto plazo y afecta al ambiente, concluyendo que:
Estos conflictos impactan siempre de mayor manera sobre aquellos grupos históricamente vulnerados y quienes, además, son los que menos poder de decisión tienen sobre el uso del territorio.
¿Entonces qué hacemos? ¿Echamos a los no residentes, tomamos sus casas y ocupamos el territorio?
Claro que no. Porque esto no se trata de residentes vs turistas. Jamás se trató de eso. Se trata de reconocer al territorio como prioridad a la hora de organizarnos como municipio. De hacer reglas claras sobre cómo construimos y para qué construimos. De proteger aquellos espacios que quieren ser vendidos para darle hacer más de esos departamentitos que son los nuevos hongos de la región. De generar trabajo genuino para que se pueda residir en el municipio sin que las principales fuentes de ingreso sean las construcciones, las temporadas o depender de que más futuros jubilados quieran venir a gastar sus jubilaciones aquí. De seguir siendo un destino turístico pero no solo un destino turístico.
Terminamos con las palabras de Galansino:
“La comida, la vivienda y acceder a los servicios ecosistémicos que garantizan nuestra supervivencia es un derecho y el Ordenamiento Territorial bien planificado puede ser una herramienta del Estado para garantizarlo”.
Paula Galansino. Fuente: Por una ley de ordenamiento territorial