Chacarita quedó eliminado en la primera ronda del Reducido, tras caer por 2 a 1 ante Temperley, los cuatro árbitros y la corrupta dirigencia del fútbol de este país sospechada hasta de la sospecha. Dos clarísimos penales en favor del Funebrero no cobrados por Emanuel Ejarque y un gol –el primero– en bochornosa posición adelantada del jugador visitante fueron sólo una “muestra (no tan) gratis” que decretaron la derrota final.
Por Gustavo Calle
Si la mafia en el fútbol existe (y claro que sí: véase como ejemplo la AFA) también es culpable quien la sostiene y la alimenta. La falta de sinceridad se ha naturalizado. Y ya no importa que en la trampa caigan, ante todo, los inocentes socios y simpatizantes que pagan su cuota o su onerosa entrada a una cancha (cualquiera) donde ni siquiera se les respeta –y no digo que les tenga afecto, sino ínfima consideración- su integridad como ser humano. Se cagan en todo lo que tenga que ver con el hincha. No es nuevo, pero la corrupción es cada vez es más escandalosa y abierta a todo público (el televidente, el neutral, también la aprecia sin ningún tipo de complejidad).
Hoy todo socio de cualquier club debería dejar de pagar su cuota social, porque simplemente están abusando de su honestidad. Mismo precepto para quien cada fin de semana, no sin un supremo esfuerzo, en la mayoría de los casos, obla miles de pesos para ir a alentar a su equipo.
Ya queda en un distante segundo plano si Chacarita fue perjudicado, si perdió bien, si mereció mejor fortuna o como dijo su presidente, Néstor Di Pierro, “este año no nos conviene ascender”. Frase fatídica anunciada a poco de culminar la primera fase del certamen, con el equipo puntero y, ante todo, con la gente ilusionada.
El fútbol se muere. Mejor dicho, al fútbol lo están asesinando los mismos que lo negocian y politizan. Con la anuencia cobarde de las planas dirigenciales de las instituciones.
El fútbol, así como está, ya no es juego, ni recreación, ni el más lindo y pasional de los deportes. Ni siquiera sólo es un gran negocio para algunos. Es, decididamente, una inmunda porquería inaceptable.

El fútbol se muere torturado de a poco sin saber a tiempo cierto –auguro no mucho- cuándo se le asestará el tiro del final. Es nuestro compromiso, el de aquellos que lo amamos, que lo hicimos conformar parte de nuestra cultura, denunciar y alejarse. Simplemente, como poco, porque este fútbol que alguna vez fue juego y nos regaló, tal como sentenciara el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, la posibilidad de “la honesta gratuidad de una alegría o una tristeza por un resultado deportivo”, no merece que nosotros, los fieles y sus incondicionales amantes, seamos señalados y acusados como cómplices se su homicidio, por la ignominiosa mafia que lo regentea.
CLAVES DEL PARTIDO
*El parcial arbitraje. Emanuel Ejarque fue el representante principal de sus gerenciadores de la mafia afista en la tarde de San Martín. Dos evidentes penales no sancionados –una falta grosera a Juan Cruz González y una mano clarísima del lateral derecho de la visita- se sumaron al primer gol de Temperley en escandaloso offside, tras decretar como falta una jugada en que no se ve infracción.
*Nada que reprochar. El equipo de Aníbal Biggeri fue el mejor del campeonato, futbolísticamente. El que más jugadas elaboradas claras de gol generó y no concretó en proporción. El que menos cayó derrotado, uno de los más goleadores –a pesar de su regular efectividad – y el que recién perdió su invicto como local en el encuentro inicial del Reducido.
*El futuro. Lo mejor que le podría suceder a este plantel es que se mantenga –con el cuerpo técnico incluido, claro está- para encarar el venidero certamen. Si esto sucediera, incorporando pocos futbolistas –uno de ellos, ojalá sea Matías Pisano- y sin que medie la mafia que gobierna al fútbol desde la AFA, no sería descabellado imaginar que nuevamente Chacarita sea protagonista principal de la Primera Nacional en 2024.
*Parar a la mAFiA. Durante todo el campeonato Chacarita –como algunos otros equipos – se vio perjudicado por los vergonzantes fallos arbitrales. Como contrapartida, Independiente Rivadavia y Almirante Brown -“curiosamente” los dos finalistas- resultaron beneficiados – sobre todo el primero – con arbitrajes que colaboraron de manera determinante a la Causa Chiqui Tapia y Secuaces.
*Lo poco transparente. Al menos, la dirigencia de Chacarita debió haber levantado su voz disidente en algún momento del torneo, respecto a todo lo antedicho. Más allá de reconocerles a los integrantes de la comisión un crecimiento sustancial como club, queda pendiente en la masa societaria e hinchas cómo sobrellevar la válida sospecha que recae en ellos por permitir tantos y tan burdos atropellos. Idéntica postura les cabe a quienes gobiernan otras instituciones que jamás, ni mínimamente, se rebelaron a la corrupción emanada desde la AFA.