Fallecieron el músico Javier Martínez (Manal) y el entrenador César Luis Menotti. Rock y fútbol, en su máxima nobleza y rebelión.
Por Gustavo Calle
Ellos, ambos, no cambiaron la historia en sus ámbitos. Detesto las minimizaciones, en estos casos. Los dos se encargaron de corregirla, refrendarla, enaltecerla, celebrarla. Y lo hicieron de la mejor manera: maravillosamente. No alcanza con definir al arte como la cultura en movimiento. Es mucho más que eso. El arte es observar, comprender, revolucionar y hasta embellecer la cultura. Una visión del mundo enriquecedora, que se despoje de los pruritos de la fe y los vicios de las sistematizaciones. Un cuento de Sherezade en versión occidental, no para que nos permita vivir un día más, sino con una finalidad mucho más ambiciosa y generosa: para que vivamos mejor el tiempo que fuere. En estas mil y una noches, pletóricas de Alí Baba y algo mucho más de 40 ladrones, frotaron sus lámparas de Aladino y nos convidaron a degustar (o volver a hacerlo) rock y fútbol. Dos sentipensamientos bien de acá. Dos pasiones que no saben de sujetadores y cinturones de castidad. De esas que revisten con cilicio a la hipocresía y calamidad reinantes, para por lo poco incomodarlas.
Un arpegio lleno de gambetas; un punteo de guitarra a puro toque; un desborde con centro atrás, para que el remate lo empeine un acorde de bajo. Un abrazo sincero e interminable de cara al Rock and Gol. Una pequeña sociedad conformada por Javier Martínez y César Luis Menotti, que bien en la belleza de sus labores orfebres podrían intercambiar roles sin ningún tipo de incidencia. Porque ambos entendieron a la música y al fútbol como un hecho cultural, revitalizándolos arte. Un René Houseman del pentagrama, o un Gordo Troilo del área grande. Lo misma da. Martínez Manal y Menotti metáfora redonda de la vida despedaza a jirones, como aquella pelota de potrero, pero infinitamente menos amable.
Pucha que la muerte es una reverenda mierda. Injusta, al menos para estos nombres. Y obsesa y perversa; cínica, nos clavó dos puntazos dolientes para lacerarnos en el albor de este mayo: se los llevó a ambos sin darnos respiro, en un breve intervalo. Qué sé yo, vaya a saber, pero me animo a certificar que junto al Flaco Spinetta y el Trinche Carlovich; Gardel y Di Stéfano, o Mozart y Johan Cruyff, ya estarán diagramando un Maracaná o un Centenario o una Bombonera en el cielo o en el infierno (o donde fuese) para revivir a Manal y al Huracán del `73. Claro, como en un tango de Piazzolla y Ferrer o una pared de Bochini y Bertoni. Como una pequeña sociedad de rock y fútbol de ésas que no se olvidan, más allá de los oropeles consagratorios. Porque supieron calentar el jugo de tomate frío que los mercaderes del exitismo y la fraudulenta fama, por siempre y todavía, transfunden en nuestras venas, para hacernos desentender del juego y del pentagrama en el que andamos.
Mi abuelo contaba cómo los dirigentes habían metido un grupo de patoteros que apretaba a las voces disidentes para que no se metieran en política a mediados de los años 70. Ese grupito fue la semilla de las barras bravas que nunca más se pudieron sacar. Mi abuelo y mis tíos, todos empleados del cementerio y socios del club, murieron viendo como Chaca, que era importante en nuestro fútbol, se desvanecía primero en el sube y baja deportivo para luego hundirse en la pasión por la marginalidad. Chaca se autodestruye.
Lamentablemente cierto lo que narrás, Chunki. Más allá de oscilantes resultados deportivos, es muy triste observar la decadencia intelectual y moral enquistada en nuestra institución.