El 12 de agosto fue el Día Mundial del Elefante y se utiliza la fecha para concientizar sobre la importancia de cuidar y preservar a estos animales majestuosos. Sabemos que en las últimas décadas una gran cantidad de especies se encuentran en peligro de extinción y entre ellas se encuentra el elefante asiático y el elefante africano. ¿Los motivos? La caza furtiva que tiene como objetivo la obtención del marfil de sus colmillos y su carne, la pérdida y fragmentación de su hábitat sea por el aumento poblacional o la construcción de caminos causando la destrucción de su entorno, el uso del espacio donde nacen, crecen, viven, se reproduce y mueren para cultivo, por la triste costumbre de usar animales para entretenimiento humano en circos y por el uso de los elefantes como atracción turística que son capturados para ser usados como medio de transporte. Es decir, por explotar a los animales hasta que no dan más y por acabar con su entorno natural. Y también, claro, la tristísima realidad socio-económica de los países donde los elefantes tienen su hogar que incluye desde conflictos bélicos a necesidades básicas que obligan a las poblaciones locales a cazar a estos animales o acabar con sus hábitats y la completa falta de políticas (o políticas mínimas) referidas a la conservación de esta especie.
Los elefantes y su situación son un ejemplo de todo lo que está mal en nuestro mundo. Lucro, sed de dinero, explotación, uso irracional de recursos, guerras, hambre, pobreza, todo junto en una triste historia.
Pero, ¿qué tiene que ver el elefante africano o asiático con los costeros?
Como siempre que empezamos hablando de algo que parece lejano a nosotros, la respuesta es todo. Hace un tiempo hablábamos de la lagartija de las dunas, una especie endémica de la costa bonaerense (o sea, una especie típica de nuestra región) y cómo la población, cómo el número de lagartijas, ha disminuido en los últimos tiempos debido al aumento de construcciones, crecimiento poblacional, destrucción de la franja costera y depredación de los médanos en los que viven, la inexistencia de políticas ambientales que protejan nuestros recursos naturales, la necesidad de muchos de recurrir a sacar arena de la playa para llegar a fin de mes y la infaltable de codicia de quienes quieren dinero a costa de todo.
No tenemos los terribles problemas de las regiones africanas o asiáticas lo que hace pensar realmente por qué no conseguimos proteger algo tan pequeño como la lagartija de las dunas.
La realidad del elefante nos lleva a pensar a una escala global la necesidad de rever nuestras prioridades y formas de uso del espacio natural pero también, nos invita a actuar a escala local y entender que lo que pasa lejos, afecta aquí cerca. Que las maneras en las que tratamos a la naturaleza aquí no difiere mucho de las maneras en las que se trata la naturaleza allá lejos.
El título de esta columna es una traducción literal de una frase en inglés que se refiere a no querer ver lo obvio, a no querer ver al elefante en la habitación. Así como seguimos ignorando la situación de animales en extinción como el elefante, también seguimos ignorando la necesidad inmediata de comenzar a trabajar sobre políticas ambientales que incluyan protección, conservación y educación ambiental.