La conciencia ambiental no es algo innato en las personas. Conciencia es algo que se adquiere conforme trabajamos nuestros paradigmas, nuestras visiones de mundo. 30 años atrás cuando yo tenía 10 años las personas iban a la playa sin ninguna conciencia ambiental: desde usar la arena como cenicero personal hasta llevarte almejas simplemente porque tenías ganas de dejarlas morir en la pileta de tu dúplex alquilado. “Pero las cosas siguen igual”, dirán. Al final, la gente sigue haciendo lo mismo. Sí, es verdad. Pero hoy hay una punición social que antes no existía. Ahora la gente sabe que está mal y el que lo hace es mirado con reprobación. “¿Y qué hacemos con eso?”, continuarán diciendo. Al final, nuevamente, la gente lo sigue haciendo. Sí, pero ahora son menos. Antes eran todos. Es cierto que no tenemos mucho tiempo. Pero algo está cambiando hace años. Es ese despertar de la conciencia ambiental. Nunca vi tantas campañas y propagandas concientizando a la gente sobre cuidar las playas, sobre recoger tu basura, sobre cuidar el medioambiente.

Puede que no sea suficiente, es verdad. Sin embargo son señales de que ya no somos los mismos que hace 30 años. Ni hace 20, 10 o 5. Mi papá era una persona que compraba un atado de cigarrillos y tiraba las colillas en cualquier lado y después me hablaba de la basura que tiraban los turistas. Porque para él, fumar y usar de cenicero la playa no era contaminar. Demoró para cambiar la actitud, me acuerdo de él tirando y juntando la colilla al recordar que no tenía que hacerlo. Le llevó tiempo, retos míos y mucha insistencia. Pero finalmente, entendió. Y creo que así está siendo con todos. Es un trabajo ingrato educar a las personas, lo sabemos, porque las resistencias son muchas. No obstante esto, hay que seguir. Porque al mirar a la cara a nuestros hijos e hijas o cualquier niño que se nos cruce, tenemos la obligación de hacer lo posible para que ellos crezcan con esa conciencia ambiental de la que los adultos carecemos.