Por Gustavo Calle
Escuchar a Juan Marino, líder del movimiento Tendencia Piquetera Revolucionaria (TPR), hablar sobre política es remitirse a más y peor de lo burdo conocido. En diálogo mantenido en la mañana del miércoles (24) durante la emisión de La Radio Ha Vivido Equivocada, Marino deambuló retóricamente como un politiquero de baratija más: se mostró partidario de la izquierda electoralera, simpatizante kirchnerista, preludiador atolondrado de Karl Marx, apólogo de León Trotsky (defendiéndolo por unirse a los criminales de Rosa Luxemburgo para combatir al nazismo), abogado defensor de la puntera política K Milagro Sala y acusador de la realidad al definirla como “contradictoria”, olvidándose que a ésta la conformamos los “contradictorios que la llenamos de contradicciones”. Y digo contradictorio, pues catalogar a Marino con esa cualidad sería una impostura de mi parte. Marino es simplemente uno más del rebaño asqueroso de la politiquería que se moviliza por reacción, interés, conveniencia, poder y ambivalencia.
Empuñando la tesis del antimacrismo, este autodenominado “revolucionario piquetero de izquierda” basa su arsenal minimizando las ineptitudes y corrupciones del sistema todo, en su todo de dominación cultural. Ese maniqueísmo pueril, mediocre y falaz “kirchnerismo bueno – macrismo malo” nos remite al mensaje sumidor de desdicha y de ignorancia que por caso esos dos sectores politiqueros, entre tantos otros más incluido la izquierda electoralera, nos inculca como si se tratara de dos vertientes antagónicas en pugna. Esta elucubración pletórica de pobreza intelectual enfatizada por Marino es sólo una continuación de la explotación, que no comenzó ni con el kirchnerismo ni con el macrismo, sino con este sistema de producción cruel amparado y retroalimentado por los comiciales partidos políticos que fluctúan desde la diestra a la siniestra, pasando por el centro y todas sus ramificaciones nominales.
Desglosar el “enciclopedismo político” de Marino lejos, quizá, está de ser enriquecedor, se me ocurre, pero sí al menos esclarecedor para determinar el grado de boludismo, impericia y especulación que posee esta porción fraccional de izquierda que se dice “piquetera y revolucionaria”, pero a la hora de votar no duda en hacerlo por, supuestamente, sus pares electoraleros, a quienes también critican cuando no poseen salida retórica, como pudimos vivenciar fehacientemente en la entrevista realizada.
Juan Marino, entrevistado durante #LRHVE
Comencemos con el pequeño desilustrado manual de primeros auxilios politiqueros de autoría Marino. Primero, defiende la postura comicial de su TPR, a pesar de jactarse como revolucionario. Es decir, acude a las urnas llamando a este soporte “hecho revolucionario”. Segundo, discursea con la izquierda y defiende solapadamente al kirchnerismo. Incluso, durante la protesta convocada por ATE y otros gremios entreguistas, de la que participaron estos sectores de la zurda vernácula en vías de extinción ideológica, repartieron volantes exhortando al regreso de Cristina Fernández de Kirchner al poder institucional, enfocando su “rebelión” no teniendo como horizonte al sistema capitalista, sino al macrismo. Minimización pura de la política contemplada en un cuadro cultural que ellos, el zurdaje, dicen combatir. Tercero, como es reiterada y hastiante costumbre, citó a Karl Marx, mostrando una peligrosa y alarmante ambigüedad de criterios ideológicos, si tomamos en cuenta lo antedicho en los puntos citados. Otra vez Marx puesto en escena, escudado en los blasones teóricos que la izquierda supo ganar en las charlas de salón ridículas e inoperantes del Café La Paz. En definitiva, su mayor y único éxito revolucionario, además de su defensa de los asesinos de Rosa Luxemburgo, que se unieron al “campo de batalla pseudopopular” para derrocar al nazismo. Claro está, derrota asegurada de antemano, como todo intento histórico asacado por frentes inadmisibles e inentendibles ideados por esta cruza extraña de izquierdistas pero no tanto. Cuarto, el pedido de liberación para la puntera política kirchnerista Milagro Sala. Otro eslabón más de la obscura trayectoria de estos espacios que se hacen denominar de vanguardia y que no son otra cosa que eso: una cosa. E indefinible e inenarrable, cuanto menos indefendible. Intentar catalogar a Sala como luchadora popular -con la salvedad de esa ambigüedad retórica de querer gestualizar diferencias ideológicas, de la que tanto Marino y sus secuaces son proclives y amantes- es todo una aberración y un atentado a la mediana dignidad e intelectualidad del hombre común del que dicen ellos también estar manufacturados. Milagro Sala no es más que bastarda puntera política delincuente, abyecta, falaz, que manipuló millonarias sumas de dinero proveniente de arcas deshonestas y malparidas, entre tantas otras consideraciones desde la faz político-cultural que se nos ocurra cavilar.
Un luchador popular no se encarama con ningún partido político que lo solvente o lo ampare.
Un luchador popular mantiene incólume su independencia, su libertad, su autonomía y, ante todo, no se permite ser adoctrinado o dogmatizado. Un luchador popular no necesita avales politiqueros ni testaferros, como la izquierda, que salgan a lavar su nombre, tal Sala lo hizo con las sumas estruendosas en pesos que manipulaba a su antojo, siempre cumpliendo órdenes de sus patrones kirchneristas. Quinto, Marino se excusó de “vivir una realidad contradictoria”, como si ésta -la realidad- fuese un ente asbtracto, desposeído y despojado de seres que la conforman y le dan vida. Como contrapartida a la ligera definición de Marino, la contradicción se denota en la realidad, producto de los accionares de aquellos que operan y tienen injerencia en ella. La contradicción, facultad que no debería ser utilizada banalmente como lo ostenta el “revolucionario piquetero zurdokirchnerista argento”, no significa deslealtad, traición, embuste o tema discursivo de un filibustero. La contradicción plantea una tensión, una búsqueda, un camino para armonizar dos o más posturas de cara a la realidad que vamos construyendo. Para eso se necesita, imperiosamente, no trastocar valores, no resignificar lugares dignos, no balbucear estupideces politiqueras intentando convertirlas en falsos y engañadores ismos ideológicos, no recrear mensajes y posiciones partidarias sosteniendo que “la derecha es peor que la izquierda o el centro es mejor que el neoliberalismo extremo”. La contradicción es saber, o procurar hacerlo, discernir que el sistema cultural aculturizante -valga y dispense a la vez el redoble de verbigracias- es uno solo y tiene a sus intérpretes y compositores, que lejos de ser distintos sólo se los reconoce por tocar en diferentes orquestas. Pero también, como los músicos, no tienen inconvenientes, al momento de convenirles mutar para el bien de sus intereses y sus avaricias, en mañana o ya mismo cambiar de agrupación y de director, pero no de repertorio y de instrumento. Es decir, entonces, que el enemigo es el poder dominante sin distinción de banderías. Un poder dominante que tiene alternancia en el poder institucional -léase gobierno-, pero no por este nimio motivo se subyace a perder el control de su jerarquía y estamento escalafonario. Por caso, recordar el último de los diciembre trágico (2001). Todos los fariseos de la politiquería de pacotilla unidos en pos de salvaguardar esas remanidas instituciones democráticas que avizoraban en peligro. Y la izquierda, mientras tanto, divagando y pregonando a Marx, Engels, Lenin, Trotsky, dogmatizando, adoctrinando, en lugar de vincularse, entender y darle lugar al libre y estrepitoso que “se vayan todos”. Claro, no comprendieron, como siempre, el mensaje. Que “se vayan todos”. En ese “todos”, estaban incluidos, claro está.
La complejidad social no es política. Es social. Unica categoría posible en que los Hombres hallan el campo donde se movilizan, luchan, sueñan, comparten y unen. Lo demás es política. Esa que hacen derechas, centros e izquierdas, sin solución de continuidad pretendiendo hacer posible lo que no debiera serlo. Quiero decir, entonces, que prefiero ser profanado e ironizado por utópico e iluso y no defenestrado, socialmente, por mis semejantes, por mis diferentes y no antagónicos, por quimérico y mentiroso.